Los avances y la deuda pendiente con las mujeres en la Reforma del Estado
 

Si se revisan las listas de candidatos y candidatas de los partidos políticos para las elecciones de julio de 2006, se constatará que el propósito de la ley de cuotas de incrementar paulatinamente la presencia de las mujeres en los congresos federal, locales y en las regidurías, está aún lejos de cumplirse, ya que en algunos casos no hay avances y sí graves retrocesos en la participación política de las mujeres.(1)

Los resultados de la gestión del Inmujeres requieren una evaluación más a detalle, que no es tampoco el objetivo del presente artículo, no obstante se puede mencionar que desde la percepción de algunas consejeras del Instituto, algunas legisladoras de la Cámara de Diputados de la LIX Legislatura y de las organizaciones feministas, el Inmujeres no ha cumplido el objetivo de su creación ni tampoco hay avances significativos en el cumplimiento del proequidad.

El Inmujeres no tuvo la capacidad de ser la institución rectora de la política de equidad de género en el país, toda vez que la forma en la se dio la “institucionalización” de la perspectiva de género, le quitó todo su contenido filosófico feminista transformador de la desigualdad entre hombres y mujeres. “De tanto usar el término en la formulación de políticas públicas y debido a las formas tecnócratas y autoritarias de ponerlas en práctica a través de mandatos institucionales, la perspectiva de género ha sido víctima de la burocratización” (Lagarde, 1996, p. 22).

¿Porque el Estado tiene que reformarse para construir una sociedad con equidad de género?
Para comprender la propuesta de la equidad de género, es necesario revisar algunos conceptos y aportes teóricos que permiten entender que género no es sinónimo de mujeres.

Según Scott, quienes primero empezaron a usar la categoría género en los años setenta fueron las feministas estadounidenses, quienes con ello rechazaban el determinismo biológico implícito en el uso de la palabra “sexo”. El uso de esta categoría analítica forma parte del interés de las feministas contemporáneas por insistir en el hecho de que las teorías existentes no explican suficientemente la desigualdad entre hombres y mujeres.

La palabra género ha pasado de ser usada como sinónimo de mujeres a la especificación de que puede ser utilizada para referirse a la información tanto de hombres como de mujeres,
 
Además género se emplea también para designar las relaciones sociales entre sexos, su uso explícito rechaza las explicaciones biológicas, del estilo de las que encuentran un denominador común para diversas formas de subordinación femenina en los hechos de que las mujeres tienen capacidad para parir y que los hombres tienen mayor fuerza muscular. En lugar de ello, género pasa a ser una forma de denotar las construcciones culturales, la creación totalmente social de ideas sobre los roles apropiados para mujeres y para hombres. Es una forma de referirse a los orígenes exclusivamente sociales de las identidades subjetivas de hombres y mujeres (Scott, 1996, p. 21).

 

Así, el género permite comprender las complejas conexiones entre varias formas de interacción humana, pero además ayuda a identificar que la oposición hombre mujer, forma parte de la concepción binaria del mundo de casi todas las sociedades, la cual se refleja en las construcciones simbólicas reproducidas culturalmente.

El género permite decodificar el significado que cada cultura otorga a las distintas manifestaciones del ser femenino o masculino. “Desde la antropología, la definición del género, alude al orden simbólico con que una cultura dada elabora la diferencia sexual” (Lamas, 1996, p. 332).

Se nace con un sexo, pero el género es nombrado, asignado por la sociedad. A partir de ahí la construcción del sujeto femenino o masculino pasa por las determinaciones de la cultura patriarcal dominante que va imprimiendo las características psicológicas, eróticas, sociales, jurídicas, políticas, culturales, entre otras.

El desarrollo de diversos estudios sobre la desigualdad de las mujeres en relación con los hombres y la forma como se desarrollan las relaciones entre ambos, llevó a que pasara de ser una categoría a una perspectiva, la cual clarificó lo que las feministas habían aportado desde hace años en relación a la subordinación femenina, pero con una mayor aceptación e instrumentación tanto en el ámbito académico, como el social y político.

Para Marcela Lagarde, la perspectiva de género implica una nueva concepción del desarrollo:

La nueva concepción del desarrollo producto de la visión feminista, difundida con el nombre de perspectiva de género, implica la ruptura con todas las concepciones anteriores sobre desarrollo y la irrupción en el campo teórico político del nuevo paradigma en el que se inscribe el feminismo. Por eso la perspectiva de género no es sólo un nuevo enfoque, es una nueva concepción del mundo y, por lo que se refiere al desarrollo, modifica la concepción sobre las necesidades humanas al:
-Incluir las necesidades de las mujeres y considerarlas prioritarias.
-Modificar las necesidades humanas de los hombres, ya que muchas de ellas concretan formas y mecanismos de opresión sobre las mujeres.
-Modificar las necesidades comunitarias, nacionales y mundiales al requerir de un camino de desarrollo con sentido humano, a escala humana (Lagarde, 1996, p. 123).

Así, la instrumentación de la perspectiva de género no es un “parche” que simplemente se ponga en el lenguaje, se introduzca a los discursos políticos o que simule mayor interés en los problemas de las mujeres.

Requiere un cambio de mentalidades, ya que la perspectiva de género no cabe en la concepción patriarcal del mundo, donde los hombres son privilegiados y mantienen el poder económico, político y social, y se les da mayor valor que a las mujeres desde el nacimiento.

 

 
 
 
 
 
 
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1. Ver notas periodísticas  de Miriam Ruiz: Dejan fuera de candidaturas a políticas de 5 estados del 3 de marzo de 2006 y Ninguna mujer postulada a diputada en 4 estados por la Alianza del 26 de abril de 2006, en www.cimacnoticias.com