La
Constitución de 1857 abrió el camino para romper con algunos
de los resabios del orden colonial, pero la Guerra de
Reforma fue el trámite necesario para imponer el concepto
de modernidad de los liberales. La amenaza de golpe de
Estado en el país y la debilidad del presidente para actuar
firme y decididamente, precipitó el estallamiento franco
de la lucha. En diciembre de 1857, Félix Zuloaga proclamó
el Plan de Tacubaya en el que se estipulaba que cesaba
de regir la Constitución y que Comonfort seguiría al frente
del Ejecutivo, gobernando con amplias facultades; convocaba
a un congreso extraordinario que redactaría una nueva
constitución de acuerdo con la voluntad nacional, cesando
entre tanto a todas aquellas autoridades que no secundasen
este plan.
Presionado
por las circunstancias, Comonfort decidió unirse a los
sublevados. Parte de su equipo de colaboradores renunció
a sus puestos mientras que Benito Juárez, presidente
de la Suprema Corte, Isidoro Olvera, presidente del
Congreso y algunos diputados fueron conducidos a prisión.
Los estados de la República se dividieron en aquellos
que apoyaban al Plan de Tacubaya y los que defendían
el orden constitucional.
Los conservadores,
por su parte, presionaron a Comonfort para que derogara
las reformas liberales, a lo cual él se negó. Luego,
trató de buscar una reconciliación con el ala liberal;
excarceló a Juárez y llevó a cabo enfrentamientos armados
contra los conservadores, en los cuales saldría mal
librado. Ante lo inútil de su resistencia decidió no
continuar en la lucha y abandonó el país dejándolo inmerso
en una guerra civil.
En consecuencia
se dan dos gobiernos paralelos. Uno encabezado por Benito
Juárez que en su calidad de presidente de la Suprema
Corte debía ocupar el Ejecutivo en caso de que el presidente
se ausentara; y el otro presidido por Félix Zuloaga,
a quien una junta de representantes había electo presidente.
El primero defendería el orden constitucional, mientras
el segundo se encaminaría a su destrucción. Juárez estableció
su gobierno, en un primer momento, en Guanajuato, mientras
Zuloaga en la capital gobernaba con las llamadas Cinco
Leyes, que de hecho derogaban algunas de las reformas
liberales como la Ley Lerdo, la Ley Iglesias y la Ley
Juárez entre otras. Las diversas entidades del país
tomarían una posición y defenderían a uno de estos dos
gobiernos.
El ejército
y el gobierno liberal irían sufriendo severas derrotas
que lo llevaron a convertir su mandato en itinerante.
Con todo y las penalidades a que se vieron sujetos continuaron
dictando una serie de disposiciones legislativas que
simbolizaron una postura aún más radical que la manejada
en el congreso constituyente de 1857. La legislación
dictada en Veracruz contempló diversos aspectos de la
vida nacional y de sus habitantes.
Las leyes
decretadas en ese estado, conocidas como Leyes de Reforma,
establecieron al fin la separación de la Iglesia y del
Estado. El 12 de julio de 1859 se promulgó la Ley de
nacionalización de los bienes eclesiásticos; el 23,
la Ley del matrimonio civil; el 28 la Ley orgánica del
Registro Civil y la Ley sobre el estado civil de las
personas; el 31, el decreto que declaraba que cesaba
toda intervención del clero en cementerios y camposantos.
El 11 de agosto se reglamentaron los días festivos y
se prohibió la asistencia oficial a las funciones de
la Iglesia. Un año más tarde, el 4 de diciembre de 1860,
se expidió la Ley sobre libertad de cultos. Este conjunto
de leyes fueron el inicio de una nueva era en la política,
la economía y la cultura.
Pero mientras
ello se hacía realidad, la guerra civil y los enfrentamientos
constantes agotaron poco a poco a los habitantes del
país, cansados de esta lucha fratricida, que en las
últimas batallas había dado los triunfos a los liberales.
Un hecho daría un giro radical a los acontecimientos:
en 1859, el gobierno de Washington reconoció al de Juárez,
y con ello, el jefe conservador Miguel Miramón promovió
una conciliación entre ambos bandos.
Después
de tres años de guerra civil, las fuerzas liberales
encabezadas por el general Manuel González Ortega, enfrentaron
la que sería la última batalla contra las fuerzas conservadoras
dirigidas por Miramón en diciembre de 1860. Los liberales
vencieron en la batalla de Calpulalpan en el valle de
México, y finalmente el 1 de enero de 1861, Juárez hizo
su entrada triunfal a la capital de la República.
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Las
sesiones en la cámara transcurrieron en medio de una gran
tensión política, la cual obligó al presidente a suspender
algunas de las garantías individuales consignadas en la
Constitución. Una vez que se restableció el orden constitucional
a nivel nacional, se buscó la manera de sostener las leyes
dictadas en Veracruz y se expidieron algunas nuevas, como
el decreto por el que quedaron secularizados los hospitales
y los establecimientos de beneficencia, emitido en diciembre
de 1861.
Estos nuevos
ataques a los intereses conservadores provocaron levantamientos
por parte del ejército reaccionario. A pesar de haber
sido derrotado por los liberales, Zuloaga hizo un nuevo
pronunciamiento declarándose presidente de la República.
La inquietud política se volvió a desatar y produjo
fuertes enfrentamientos partidistas, incluso contra
el presidente Juárez, que se esforzaba por mantenerse
dentro del orden constitucional.
Sin embargo,
los asesinatos de Melchor Ocampo y de Santos Degollado,
en 1861 llevados a cabo por la reacción, hicieron que
la situación política, económica y social se tornara
crítica. El gobierno juarista decidió suspender pagos,
buscar la forma de allegarse recursos por cualquier
medio y mantener la suspensión de garantías. Estas medidas
resultarían insuficientes para frenar los problemas
con el ala reaccionaria y lograr la pacificación del
país.
Con el
fin de conseguir más recursos para frenar la guerra
y arreglar la Hacienda Pública, el Ejecutivo tuvo que
tomar medidas drásticas. La presentación ante el Congreso
de una iniciativa de ley para suspender los pagos de
deudas y obligaciones extranjeras durante dos años,
fue el corolario a la angustiosa situación. Discutida
en el seno de la Asamblea Legislativa, la iniciativa
fue aprobada y se publicó en julio de 1861. La respuesta
de las potencias afectadas fue inmediata y aunque la
disposición se derogó en noviembre de ese mismo año,
fue demasiado tarde pues la actitud asumida por los
gobiernos extranjeros presagiaba el inicio de la intervención.
A raíz
de la suspensión de pagos España, Francia e Inglaterra
encontraron el pretexto idóneo para intervenir en los
asuntos mexicanos. El 31 de octubre de 1861, en Londres,
las tres naciones suscribieron un convenio, por el cual
adoptaron las medidas necesarias para enviar a las costas
de México fuerzas combinadas de mar y tierra. La intervención
tenía el objetivo de cobrar deudas acumuladas desde
tiempo atrás y si bien las demandas no resultaban extrañas,
su cumplimiento era difícil en las circunstancias de
la República. Sin embargo, el gobierno juarista se vio
obligado a dar una respuesta. Reconoció la situación
ruinosa del erario y, al mismo tiempo, advirtió los
esfuerzos que mantendría para enfrentar dignamente los
reclamos.
A pesar
de la buena voluntad mostrada, algunas tropas españolas
arribaron, en diciembre, al puerto de Veracruz, y para
enero de 1862 ejércitos de las tres potencias europeas
desembarcaron en nuestro territorio. Al menos una de
ellas arribó con planes imperialistas promovidos por
mexicanos, quienes ante el virtual fracaso del partido
reaccionario, volcaron los ojos hacia Europa en un afán
último por conservar sus privilegios e imponer un gobierno
netamente conservador. Para 1860-1861, una comisión
encabezada por José María Gutiérrez Estrada, José Manuel
Hidalgo y Esnaurrízar y Juan N. Almonte persuadiría
al gobierno de Napoleón III de apoyar una nueva intervención
en México que llevara a implantar una monarquía. Una
vez que se contó con su apoyo se decidió que el candidato
ideal era Maximiliano de Habsburgo quien, después de
renunciar a sus derechos al trono de Austria, aceptó
el ofrecimiento que se le hacía.
Ante tal
panorama, el presidente se vio en la necesidad de llamar
a los mexicanos a unirse en contra de los invasores,
pero el congreso, que se distinguió por una actitud
antijuarista, frenó muchas de las iniciativas presidenciales.
Tan fuerte era la oposición en la Cámara que 51 diputados
suscribieron una petición formal para destituir a Juárez
por incapaz; sin embargo, 52 diputados votaron a su
favor, salvando su estancia en el poder por un solo
voto.
El presidente
se esforzó por llevar a cabo un arreglo de corte diplomático
luego del ultimátum de la alianza tripartita. El ministro
de Relaciones Exteriores, Manuel Doblado, inició un
intercambio de notas con los gobiernos demandantes.
Ante lo apremiante de la situación, el Congreso debió
facultar al gobierno para tomar todas las providencias
convenientes con el fin de salvar la independencia,
defender la integridad del territorio así como la forma
de gobierno prescrita en la Constitución y las Leyes
de Reforma.
El gobierno
mexicano logró llegar a un acuerdo con el representante
español y suscribir el texto conocido como Los Preliminares
de La Soledad. Dicho documento fue avalado por los británicos
pero no así por los franceses, quienes, con este hecho,
demostraron sus intereses intervencionistas.
El 9 de
abril de 1862, las potencias suspendieron las negociaciones
de la Convención de Londres, por lo que las tropas españolas
e inglesas se retiraron del país. Mientras tanto, Almonte,
que al amparo de las fuerzas francesas, había llegado
a México, tomó el mando del gobierno que defendía la
intervención y organizó un gabinete con miembros del
partido conservador, al tiempo que el ejército invasor
emprendía la marcha hacia el altiplano con el fin de
apoderarse de la capital e impresionar a los mexicanos
con las fuerzas que mandaba. Si bien es cierto que la
primera sorpresa se la llevarían ellos al ser derrotados
por el ejército mexicano encabezado por Ignacio Zaragoza
en la célebre batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862,
la llegada de refuerzos y de un nuevo dirigente francés
para la lucha, el general Forey, daría a la larga la
posibilidad al ejército invasor de llegar hasta la capital
en 1863.
El 31 de
mayo, ante la inminencia de la llegada de las tropas
francesas, Juárez y su gabinete abandonaron la capital.
Ese mismo día el Congreso le dio al presidente un nuevo
voto de confianza, cerró sus sesiones y se disolvió.
Sin embargo, varios diputados, entre ellos el presidente
en turno de la Cámara, Sebastián Lerdo de Tejada, decidieron
acompañar al presidente en su peregrinación hacía el
norte. En primera instancia, Juárez, su gabinete y la
diputación permanente, se dirigieron a San Luis Potosí
donde se establecieron los poderes de la nación; después,
el gobierno de la República itinerante iniciaría su
largo andar por diversas partes del país, manteniéndose
a pesar de mil vicisitudes como el máximo órgano de
representación mexicano durante todo el tiempo que duraría
la intervención francesa y el imperio de Maximiliano.
Las facultades
extraordinarias concedidas a Juárez por el Congreso,
al inicio de la contienda, le permitieron mantenerse
en el ejecutivo incluso después de haber terminado su
periodo legal, en noviembre de 1865. Decidió prolongar
su mandato más allá de esta fecha aduciendo las graves
circunstancias por las que atravesaba la nación y con
el fin de evitar el desmembramiento del grupo liberal
en un momento tan crítico.
Las primeras
disposiciones del general Forey al entrar a la ciudad
se encaminaron a tratar de dar a la invasión que se
estaba llevando a cabo un tinte de legalidad. Propuso
la formación de una Junta Superior de Gobierno que a
su vez elegiría a tres personas que ejercerían el poder
ejecutivo. Esta Junta, apoyada por doscientos quince
individuos formarían la Asamblea de Notables que de
inmediato signó un documento encaminado a dar forma
al gobierno intervencionista. En él se disponía que
la nación adoptaba una monarquía moderada y hereditaria
con un príncipe extranjero, el cual tendría el título
de Emperador de México. Este título según se estipulaba,
sería ofrecido al archiduque de Austria Fernando Maximiliano.
Posteriormente se declaró que un Poder Ejecutivo provisional
llevaría el nombre de Regencia.
A pesar
de las críticas a su presencia invasora, desde sus primeras
disposiciones Maximiliano dio muestra clara de su posición
liberal con respecto a ciertos asuntos como la clausura
de la Universidad, por considerarla reaccionaria. Durante
el Imperio, por ejemplo, no se habló nunca de arrebatar
a los nuevos dueños los bienes nacionalizados del clero.
Más aún, una de las primeras disposiciones del emperador
fue conceder la total libertad de prensa para que todos
fueran libres de emitir opiniones. Posteriormente el
gobierno imperial dispuso que los curas debían aplicar
los sacramentos sin exigir remuneración; las rentas
que se percibían por la nacionalización de los bienes
eclesiásticos serian entregadas al gobierno; el emperador
y sus herederos gozarían, con relación a la Iglesia,
de los mismos derechos que gozarían los reyes de España
en sus colonias, habría un control civil sobre los matrimonios
nacimientos y defunciones, así como sobre los cementerios
y, en fin, una serie de medidas encaminadas a sostener
algunas de las leyes reformistas que se habían dado
ya en nuestro país con el gobierno liberal. El tenor
de las disposiciones emitidas por el gobierno imperial
no gustó a los conservadores y mucho menos a la Iglesia
que de inmediato presionó al emperador para que eliminara
todas las leyes reformistas.
Maximiliano
encontró en los conservadores gran renuencia a su política
liberal y en los liberales una oposición férrea por
representar a los invasores y, por ende, el ataque a
la soberanía y a las instituciones. Y si bien el ejército
francés había logrado que la Regencia gobernara en varios
estados, nunca logró tener control absoluto sobre todo
el país. Cuando el ejército desocupaba alguna ciudad,
grupos liberales la recuperaban de inmediato para su
causa. Para su desgracia, al término de la guerra civil
en Estados Unidos, en 1866, Maximiliano supo que Napoleón
había decidido retirarle su apoyo militar por así convenir
a sus intereses amén de que en su propio país se ponía
en tela de juicio la intervención no sólo por el hecho
mismo, sino por el costo tan oneroso que representaba
para Francia.
Hacia 1867
Juárez había recuperado para la causa liberal varias
de las plazas ocupadas por los imperialistas, llegando
incluso hasta San Luis Potosí donde esperó para recuperar
el centro del país. Si la república itinerante había
perdido hombres durante la lucha, en este momento destacaba
en sus filas políticos de la talla coronel Porfirio
Díaz cuya labor durante la guerra contra Francia sería
fundamental, sobre todo, en el sitio y toma de la ciudad
de Puebla, que lo convirtió en el famoso " héroe
del 2 de abril. ''
Gradualmente
los jefes militares ganaron terreno y, al capitular
Querétaro, Maximiliano fue aprendido y, luego de un
juicio sumario, fue encontrado culpable de traición
y sentenciado a morir fusilado. Con su muerte se puso
fin a una de las etapas más penosas de nuestra historia,
pero también a una de las más gloriosas. Significó el
triunfo de la República, el reforzamiento de; unión
y el sentimiento nacional así como la capacidad de los
mexicanos para salvaguardar su integridad.
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