El resultado
de los trabajos e intereses de la mayoría del Congreso
desembocó en las Siete Leyes o Constitución Centralista
de 1836, cuyas características principales eran: que
el sistema gubernativo de la nación era el republicano
representativo popular; el Poder se dividiría en cuatro:
Ejecutivo, Legislativo -compuesto por dos cámaras: de
diputados y de senadores-, Judicial y Conservador controlador
de los otros tres. La división territorial se establecía
con base en departamentos dejando a un lado la antigua
división por estados; sus gobernantes serían designados
por el gobierno central y las llamadas juntas departamentales
serían elegidas popularmente.
El centralismo
no alcanzó el consenso general. Muy pronto los intereses
de los antiguos estados salieron a relucir en búsqueda
del ejercicio de su soberanía. Pero no solamente los
debates legislativos en torno a la organización nacional
constituyeron el principal problema del país: la falta
de recursos hacendarios, la rebelión de los colonos
tejanos que de tiempo atrás encaraba la ambición no
sólo de algunos individuos que lucraban con la venta
de terrenos, sino de la posición de los Estados Unidos
por agrandar su territorio a costa de México y que culminaría
con la campaña militar de 1836 y la virtual independencia,
los reclamos extranjeros e incluso, más tarde, la llamada
''guerra de los pasteles" con Francia, habían de
complicar aún más la ya de por si crítica situación
nacional. Además, comenzaron a surgir pronunciamientos
a favor del federalismo. Estos temas fueron también
de vital importancia dentro de las discusiones parlamentarias.
Así se
entiende que hacia 1838 se presentaran severos cuestionamientos
al centralismo, se criticara abiertamente al Supremo
Poder Conservador y que el segundo congreso, 1838-1840,
ya no contara con una mayoría defensora de esa tendencia
política.
En 1840
el senador José Manuel Gutiérrez de Estrada expresó
una tercera opción para el sistema de organización nacional,
a través de su famosa carta en la que planteaba la monarquía
como solución al caos nacional.
No obstante,
el 1 de enero de 1841 se inauguró el Tercer Congreso
Conservador que continuaba planteando la reforma a la
Ley Suprema, aunque sin erradicar el centralismo. Pero
la política hacendaria, que imponía las nuevas cuotas,
afectó los intereses de los comerciantes, quienes en
respuesta se unieron en contra del presidente Anastasio
Bustamante, por medio de un plan que involucró a Santa
Anna. E1 8 de agosto de 1841, Mariano Paredes y Arrillaga
se levantó en contra del gobierno de Bustamante con
un manifiesto en que se expresaba que se convocaría
a un Congreso Nacional extraordinario elegido bajo la
base más amplia para reformar la Constitución. El presidente
realizó infructuosos esfuerzos para someter a los sublevados
y las Bases de Tacubaya truncaron la existencia de la
Constitución de 1836. Por principio, se disolvió el
Congreso, para dar paso al nombramiento de una Junta
de Representantes integrada por miembros de los departamentos.
La Junta designó como presidente provisional a Antonio
López de Santa Anna, quien muy pronto buscaría la manera
de controlar en forma a absoluta los destinos nacionales.
Habiéndose
derogado las Siete Leyes, el panorama se mostró favorable
para que los federalistas retomaran la iniciativa política
en el ámbito nacional y, por ende, se prepararon para
tener presencia en el congreso.
El 10 de
abril de 1842 se efectuaron las elecciones primarias
para diputados del nuevo Congreso Constituyente, que
abrió sus sesiones el 10 de junio. A él concurrieron
representantes de todas las facciones, predominando
los federalistas con sus distintos matices: José Fernando
Ramírez, Octaviano Muñoz Ledo, Manuel Gómez Pedraza,
Mariano Otero, Melchor Ocampo, José María Lafragua,
Juan José Espinosa de los Monteros, entre otros. El
ambiente era propicio para demandar cambios. El punto
principal del debate se centró en la necesidad del federalismo
o la renuencia a éste, pero se daba, de hecho, por terminado
el experimento de 1836.
Una vez
más se creyó que promulgar otra constitución (sería
la tercera ocasión en que se intentaba hacerlo) permitiría
encauzar a la nación hacia la estabilidad. Sin embargo
una serie de vicisitudes hicieron fracasar a estos proyectos
ya que a fin de cuentas las discusiones se centraban
en los problemas que enfrentaba el Legislativo con el
Ejecutivo. El proyecto presentado por la mayoría defendió
un sistema republicano, representativo y popular, en
tanto que el de la minoría introdujo el término federal
haciendo de este punto la gran diferencia y generando
un intenso debate en el seno del congreso. El proyecto
de la mayoría fue rechazado y la Asamblea determinó
que la comisión presentara un nuevo proyecto que consensara
las posturas surgidas entre los miembros de ésta.
Al advertir
la posibilidad de reinstaurar el federalismo el gobierno,
compuesto por militares, preparó un golpe en contra
de la Asamblea Legislativa con el propósito de desaparecerla.
El pronunciamiento de Huejotzingo desconoció al Congreso
y se propuso una junta que debía estar formada por ochenta
personas notables por sus virtudes y patriotismo, para
que reformase la Constitución, gobernando entre tanto
la séptima de las Bases que confería al presidente las
facultades extraordinarias. A pesar de estas dificultades,
los diputados continuaron sesionando fuera del recinto
hasta que el presidente dictó la disolución, dando paso
a la Junta Nacional Legislativa que habría de legislar
a nivel constitucional para toda la República.
Las Bases
Orgánicas sancionadas el 12 de junio de 1843, resultado
de las discusiones de la llamada Junta Nacional Legislativa,
prescribían como organización política de la nación,
la República representativa y popular. El Ejecutivo,
por su parte, recuperaba fuerza y la República quedaba
dividida en departamentos con un gobernador designado
por el presidente, al tiempo que continuaba prescribiendo
la supervivencia de fueros y privilegios para la Iglesia
y el ejército, y la intolerancia religiosa. Se le redujeron
facultades al Legislativo en relación con el Poder Ejecutivo.
En cuanto a la conformación de la Cámara de Diputados
y sus atribuciones, los requisitos no presentaban mayor
novedad. Sin embargo, en cuanto a la de senadores tendía
a eliminar el carácter popular constituyéndose en un
coto aristocratizante; la mejor prueba de ello fue la
forma cómo se integraría: dos tercios de la cámara serían
elegidos por las asambleas departamentales, sólo que
los propuestos tendrían que formar parte de las siguientes
clases: agricultores, mineros propietarios o comerciantes
y fabricantes quienes además de poseer un sueldo o renta
mensual en esa ocasión se les exigía poseer un bien
raíz cuyo valor fuera superior a los 40 mil pesos, reduciendo
las posibilidades de participación de los sectores no
propietarios de la sociedad. El tercio restante sería
designado por el presidente de la República en combinación
con la Cámara de Diputados y la Suprema Corte de Justicia
y quedaba reservado para los ciudadanos distinguidos
en las carreras civil, militar o eclesiástica, es decir
las cúpulas de cada una de estas corporaciones.
Tras haberse
proclamado las Bases Orgánicas, se expidió la convocatoria
para la elección de diputados al nuevo Congreso. Reunido
el número de representantes se procedería a la elección
del presidente de la República.
El 1 de
enero de 1844 Valentín Canalizo, presidente interino,
inauguró las sesiones del Legislativo. Los primeros
trabajos se encaminaron a la elección presidencial y
recayó en Santa Anna. Pese a tener un congreso ad boc,
su actitud autoritaria chocó con los miembros del Legislativo
y con el tiempo inclusive se presentó en la asamblea
una proposición para despojar a Santa Anna del poder
casi absoluto que ejercía.
Sin embargo.
Santa Anna se resistió a perder las prerrogativas que
le otorgaba la séptima de las Bases y se esforzó en
conseguir recursos del erario para emprender la campaña
de Texas. La animadversión en torno a Santa Anna se
agudizó y en el Congreso la postura imperante fue contraria
a las actitudes del mandatario empeñado en solicitar
excesivos créditos para armar y vestir al ejército.
Como resultado
de ese conflicto entre los dos poderes, el gobierno
consideró indispensable la disolución de ambas cámaras
y se manifestó por la solución militar al conflicto
texano. Esta medida acarrearía diversos levantamientos
en contra de la actitud gubernamental, permitiendo la
supervivencia del Congreso, la prosecución de sus labores
y, por consiguiente, el desconocimiento de Santa Anna
como presidente. La revolución habida en diciembre llevó
al poder al general José Joaquín de Herrera, con lo
cual para 1845 el único gran poder lo constituyó el
Legislativo, preocupado por el orden constitucional
por encima de todo.
Un hecho
determinante dentro del desarrollo subsecuente de las
acciones fue la anexión de Texas a los Estados Unidos,
mediante su aprobación en el Congreso norteamericano:
con ello el gobierno mexicano tomaría cartas definitivas
en ese espinoso asunto.
En el ambiente
político surgieron dos posturas: una que apoyaba la
guerra y otra, encabezada por el general José Joaquín
de Herrera, que pugnaba por un arreglo pacífico que
incluía el reconocimiento de la independencia texana
con la condición de que no se uniera como un estado
más a la Unión Americana. En el congreso se ventilaron
ambas posiciones sin predominar ninguna.
La incertidumbre
fue aprovechada por los bandos opositores para tratar
de imponer su decisión. En ese contexto, el grupo encabezado
por Mariano Paredes Arrillaga llegó al poder mediante
un nuevo levantamiento y el apoyo de las expectativas
monarquistas. El 27 de enero de 1846 se publicó la convocatoria
al Congreso Extraordinario.
La situación
del país se agravó con la actitud hostil del gobierno
de Washington y no obstante los graves problemas que
representaba el peligro de guerra con el vecino norteño,
el 6 de junio se llevó a cabo la reunión de los representantes
y el presidente interino, Paredes, se presentó haciendo
una protesta favorable al sistema republicano y canceló
las expectativas de los monarquistas. El Congreso procedió
a la elección de presidente, y el cargo recayó en el
propio general Paredes y la vicepresidencia en el también
general Nicolás Bravo, en agosto refrendó el republicanismo
al restablecer el Acta Constitutiva de la Federación
de 1824.
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