El
derecho colonial había estipulado las obligaciones
y facultades de los novohispanos. En la práctica,
sucedieron numerosos actos de corrupción y
violaciones a las leyes, que contribuyeron
a marcar cada vez más las diferencias materiales
y culturales entre la población. Los colores
de la gente, la desigualdad económica, la
injusticia cometida por las autoridades y
el mismo rigor de la legislación abonaron
un terreno propicio para un futuro cambio,
cambio que buscó acabar con la sujeción política
y la dependencia económica mantenidas por
España.
En
las postrimerías de la Colonia, un grupo de
criollos buscó y promovió nuevas formas de
gobierno. A pesar de las prohibiciones de
leer libros que podrían suscitar una rebelión,
este grupo tuvo acceso a una literatura que
le puso al tanto de la independencia de las
colonias inglesas de Norteamérica, así como
de la Revolución Francesa, y le ilustró con
las ideas de la época. Como en el resto de
la América española, los criollos tomaron
la iniciativa de cambio hallando vocero y
guía en los consejos municipales, en los ayuntamientos,
que resurgieron en 1808.
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En
este mismo año, los criollos del Ayuntamiento
de México solicitaron al virrey dictase disposiciones
para que Nueva España se gobernara de manera
autónoma y con una legislación local, mientras
la metrópoli estuviese ocupada por los franceses.
En la búsqueda de autonomía se sustentó el
proceso que conllevó a la independencia. Dio
curso al anhelo de la soberanía nacional,
para que de ella emanara una legislación propia.
A aquella etapa sucederían otras durante las
cuales la soberanía sería una constante en
la mente, en los programas, así como en la
ley de los mexicanos que nos negamos a ser
sujetos o dependientes de otros individuos
o naciones, ya en tiempos de lucha o de paz.
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