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Nuestro siglo - La
turbulencia de los años veinte
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Noticongreso
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En las
elecciones para el Congreso de la Unión de julio de
1918, el Partido Liberal Constitucionalista, mejor organizado
que otros partidos, tuvo la mayoría, pero hubo múltiples
acusaciones de fraude. La recién instalada XXVIII Legislatura
se caracterizó por su resistencia frente a Carranza
ya que sus integrantes tenían preferencia hacia Obregón.
Este, desde su retiro en Sonora, esperaba verse favorecido
para suceder al presidente en los comicios de 1920,
pero como Carranza no daba señales de favorecerlo, decidió
lanzar su candidatura en junio de 1919. Carranza quiso
imponer en el gobierno a un civil, pues pensaba que
era la mejor opción para el país, que frenaría los anhelos
de dirección política de los nuevos líderes surgidos
de la Revolución.
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Al
llegar el momento del cambio de gobierno, cuando
Carranza justificaba sus acciones aduciendo que
obedecía a la necesidad de cerrar el paso al militarismo,
los generales, que se sentían con más derecho
para dirigir al país, se enfrentaron al presidente.
El Partido Nacional Democrático lanzó la candidatura
del ingeniero Ignacio Bonillas, elegido por el
presidente.
Para
consolidarlo, Carranza convocó a una junta de
gobernadores, a la que asistieron los que le eran
fieles; por su parte los obregonistas aprovecharon
esta oportunidad para asegurar ante la opinión
pública que Carranza quería intervenir en el proceso
electoral.
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Los diputados
acusaron al presidente de convertir al Ejecutivo en
partido político y las diferencias entre carrancistas
y obregonistas se acentuaron. Las hostilidades comenzaron
en Sonora, entre el gobernador De la Huerta y Carranza,
por una serie de desacuerdos sobre la entidad.
La rebelión
se concretó en el Plan de Agua Prieta en el que se desconocía
al presidente, se nombraba jefe del Ejército Libertador
Constitucionalista al gobernador de Sonora, Adolfo de
la Huerta y se proponía que al triunfo del movimiento
el Congreso de la Unión eligira un presidente provisional
que llamara a elecciones inmediatas para designar el
gobierno legal. Una semana después de proclamado el
Plan, prácticamente todo el ejército se había sumado
a la sublevación y Carranza tuvo que abandonar la ciudad
de México acompañado de una reducida escolta, rumbo
a Veracruz. En Tlaxcalantongo, Puebla, fue asesinado
el 21 de mayo de 1920.
Como consecuencia
de estos sucesos, en la capital se inició el debate
para designar presidente provisional. Hubo en la Cámara
de Diputados y el Senado una fuerte lucha interna para
designar al candidato que se escogería de los tres o
cuatro personajes que tenían posibilidades. Los obregonistas,
que eran mayoría en la Comisión Permanente de la Legislatura,
inclinaron la balanza hacia Adolfo de la Huerta, en
consecuencia los gonzalistas, partidarios de Pablo González,
tuvieron que aceptar su derrota.
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El
gobierno provisional de la República, pese a la
oposición del general Plutarco Elías Calles y
de algunos otros, buscaba negociar con Villa para
acabar con su rebeldía. Después de varias tentativas
Villa acordó con los enviados de De la Huerta
deponer las armas y retirarse a la vida privada
en la hacienda de Canutillo, cedida por el gobierno.
El convenio se firmó en Sabinas, Coahuila, en
julio de 1920. Con ello finalmente concluía la
rebelión en el norte y De la Huerta lograba la
pacificación del país.
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El 5 de
septiembre se efectuaron las elecciones presidenciales
y en diciembre tomó posesión como presidente constitucional
Alvaro Obregón. Había triunfado sobre sumas cercano
oponente por más de un millón de votos. El movimiento
de Agua Prieta fue el producto de un reacomodo de las
fuerzas dentro del grupo dominante y los problemas a
los que se enfrentaron Obregón y luego Calles fueron
primordialmente de orden político. Tuvieron que establecer
una posición de predominio con relación al resto de
los grupos revolucionarios. Asimismo el papel del Congreso
fue más político que legislativo.
Obregón,
buen estratega, comprendió que para afianzarse en el
poder era necesario que su triunfo militar y electoral
se convirtiera en un triunfo social y político, transformando
al Estado en uno auténticamente nacional y por encima
de todos los grupos. Para lograr esto era necesario
poner en práctica lo que establecía la Constitución:
dar satisfacción a las demandas de los campesinos y
de los obreros, así los tendría como aliados y su poder
no vendría solamente de los militares sino que se apoyaría
una base popular.
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Pocos
días después de ser declarado presidente, Obregón
se presentó ante la Cámara y en un discurso significativo
estableció las prioridades de su gobierno y los
límites entre los cuales se debían mover los diputados.
Pensando tal vez que iba a tener un gobierno agitado,
con un Congreso que había ganado una posición
fuerte e independiente, pidió a los legisladores
que se preocuparan por el futuro de México en
lugar de hacerlo por los intereses de bloques
políticos y mencionó que en esos días se discutirían
leyes fundamentales para el futuro de la nación.
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Estos eran
los proyectos de una ley agraria, la Ley de Ejidos,
aprobada en diciembre de 1920, que privó a los jefes
militares de la facultad de distribuir tierras; una
del trabajo y un proyecto para la organización del Banco
de la República Mexicana, banco único de emisión, además
del proyecto para la creación de la Secretaría de Educación
Pública Federal. En la práctica, el sistema de partidos
no dio buenos resultados. Ya desde Carranza, el Poder
Ejecutivo comenzó a tomar preponderancia sobre el Legislativo
y el Judicial. Aunque México tenía formalmente un sistema
pluripartidista, los partidos políticos no desempeñaron
papel alguno, es decir formular y articular las demandas
de la población, sino que sirvieron de instrumento a
caudillos y líderes que por lo general se servían de
ellos para lograr sus fines. El carácter personalista
de los partidos explica su corta vida, ya que si el
líder triunfaba el partido tenía injerencia en la vida
política; si no, desaparecía.
Para las
elecciones de 1924 grupos enemigos de Obregón y amigos
de Adolfo de la Huerta presionaron a éste para que lanzara
su candidatura. Sin embargo, el elegido fue Calles y
el Partido Socialista del Sureste se encargo de destaparlo.
Había en
el ambiente fuertes rumores de rebelión y obregonistas
y delahuertistas se movían tratando de ganar adeptos.
De la Huerta aceptó firmar el Plan de Veracruz y rompió
con el gobierno. En el documento se mencionaba, entre
otras cosas, que Obregón quería acabar con la independencia
del Poder Legislativo y que utilizó amenazas y soborno
para tener Cámaras serviles e imponer a su candidato.
La principal bandera de los insurrectos fue la misma
que usó Obregón contra Carranza: la imposición.
Tras varios
meses de lucha la rebelión delahuertista fue sofocada
y en los comicios de julio de 1924 llevaron al poder
a Calles. Ante el Congreso, instalado esta vez en el
recién creado Estadio Nacional, el nuevo presidente
tomo posesión. Calles, más que Obregón, era considerado
como miembro del ala progresista de la Revolución por
su abierta actitud hacia las demandas de los grupos
campesinos Asimismo intentó establecer una relación
armoniosa entre los obreros organizados en la CROM y
el gobierno. Sin embargo este grupo todavía no podía
sustituir al ejército como su mayor apoyo.
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También
se dictaron leyes que ayudaron a la reorganización económica
y agraria: se estableció un impuesto permanente a la
renta, que provocó airadas reacciones, pero que permitió
al Estado jugosas entradas; se creó el Banco de México;
también el Banco de Crédito Ejidal y la Comisión Nacional
Bancaria, encargada de vigilar a los bancos y asegurarse
de su correcto funcionamiento; se aprobó la Ley de Dotaciones
y Restituciones de Tierras y Aguas, más conocidas como
Ley Agraria o Ley Bassols y se constituyeron las Comisiones
de Irrigación y Caminos.
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Hay varios
aspectos interesantes a nivel nacional e internacional
que influyeron en los gobiernos de Calles y el Maximato;
en ellos el Congreso de la Unión tuvo una activa participación.
La incipiente estabilidad se rompió en 1926 al enfrentarse
la Iglesia al Estado. Desconociendo los cambios operados
en los años de Revolución la Iglesia católica intentó
recuperar privilegios. La oposición no se tradujo inmediatamente
en acciones efectivas, pero durante todo el gobierno
de Obregón las relaciones fueron tensas. Se creó en
esos años la Asociación Catódica de Jóvenes Mexicanos
y el gobierno expulsó al nuncio apostólico por declaraciones
políticas hostiles de la alta cúpula católica. La situación
se agravó durante el gobierno de Calles, que en cierta
medida alentó las acciones jacobinas, y publicó en junio
de 1926 una serie de leyes que controlaban los intereses
católicos y señalaban penas para los infractores de
la ley. Declaraciones hostiles en contra de la Constitución
en 1926 provocaron el cierre de escuelas y conventos
por parte de las autoridades civiles y la expulsión
de sacerdotes extranjeros . En respuesta, la Liga Nacional
de la Defensa de la Libertad Religiosa decretó un boicot
para crear una crisis económica. En septiembre, al iniciarse
el periodo ordinario de sesiones del Congreso, Calles
informó del cierre de escuelas, iglesias y conventos
y de la expulsión de sacerdotes extranjeros. A los pocos
días el Episcopado sometió al Congreso una petición
en la que decía tener unos dos millones de firmas para
solicitar que algunos preceptos constitucionales fueran
derogados y otros se reformaran, pero la petición fue
rechazada por el Congreso con el argumento de que el
Episcopado no tenía la capacidad legal para presentar
una petición en el terreno político. La Iglesia suspendió
el culto y no tardó en estallar la rebelión armada.
La rebelión cristera, que se centró en los estados de
Jalisco, Guanajuato, Colima y Michoacán, tuvo carácter
rural, aunque su dirigencia, la LNDLR era urbana. La
pacificación fue lenta; en 1928 Calles tuvo conversaciones
con el alto mando eclésiastico pero no se llegó a una
solución. Finalmente se lograron los acuerdos y en 1929
la Iglesia reanudó el culto y el ejército cristero se
rindió; por su parte el gobierno, sin modificar sus
disposiciones anteriores se comprometió a aplicarlas
con espíritu de avenencia.
Como consecuencia
de la desilusión ocasionada con el desarrollo de la
vida nacional luego de la lucha revolucionaria, de la
falta de entusiasmo por cumplir los principios establecidos
en la Constitución, surgió el movimiento vasconcelista,
quien fuera ministro de Educación con Obregón rompió
con el grupo gobernante y en 1929 lanzó su candidatura
a la presidencia con un programa que centró su campaña
en la denuncia del vacío moral del grupo en el gobierno.
Su impacto en los centros urbanos fue importante. Pese
a insistir en que había triunfado en las elecciones,
no tuvo la fuerza militar para imponerse y dejó el país.
La sucesión
presidencial que tendría lugar en 1928 provocó otra
crisis; a pesar de ser Calles el presidente, Obregón
continuaba siendo la figura política más importante.
Calles consideró que Arnulfo R. Gómez era el indicado
para sucederle, en tanto que Obregón apoyó al general
Francisco Serrano, secretario de Guerra. Para resolver
esta situación Obregón decidió que el más indicado era
él mismo.
Para obtener
la candidatura Obregón logró que el Congreso modificara
la Constitución y permitiera reelección siempre y cuando
ello no fuese para un periodo inmediato. Con ello se
rompió una de las banderas de lucha de la Revolución;
se dijo en ese entonces que se renunciaba de manera
consciente al democrático ideal de la no reelección.
El proyecto de reformas al artículo 83 constitucional
fue aprobado por unanimidad de 139 votos en los términos
siguientes: '' Artículo 83. El presidente entrará a
ejercer su encargo el 1 de diciembre; durará en él seis
años y nunca podrá ser reelecto para el periodo inmediato...
'' En diciembre se declaró que la mayoría de las legislaturas
de los estados aprobaban las reformas y se turnaron
al Senado.
Las elecciones
se llevaron acabo y el 1 de junio de 1928, el Congreso
declaró a Obregón vencedor, sin embargo un mes después
sería asesinado. El país entró en una nueva crisis,
ahora porque los obregonistas que se habían separado
totalmente de los callistas veían afectado su futuro.
Calles llamó a los principales jefes militares para
decidir quién ocuparía provisionalmente la presidencia
y fue designado Emilio Portes Gil. Por consiguiente
se le nombró primero Secretario de Gobernación y luego
el Congreso lo designó presidente provisional.
Uno de
los últimos actos de Calles como presidente y quizá
de importancia trascendental para el sistema político
mexicano, fue la creación de un partido que agrupara
a todas las corrientes, el Partido Nacional Revolucionario.
Las funciones que desempeñaría fueron múltiples; dio
fuerza a los candidatos, evitó la anarquía de las luchas
electorales que dividían a los revolucionarios y permitió
la participación de todos aquellos que se incorporaran
a él.
Con la
creación del PR de hecho los partidos improvisados o
electoreros desaparecieron, y éste surgió como la unión
de todos los sectores revolucionarios, declarando como
su meta el cumplimiento de los postulados de la Constitución
de 1917. Sus fundadores fueron altos jefes militares,
caciques y líderes campesinos y obreros. Mucho tiempo
después llegó a tener gran importancia la organización
e incorporación de los obreros y campesinos. En el programa
se dio gran énfasis a la necesidad de conciliación nacional,
siendo el órgano de ella el Estado, además de que éste
debía asumir un papel preponderante en la promoción
del desarrollo económico, sin impedir el crecimiento
del sector empresarial y respetando los derechos del
trabajador. Desde un principio quedó establecido que
la oposición controlada era aceptada, pero que no se
le permitiría actuar de manera efectiva. Desde 1935
el presidente asumió formalmente la jefatura del Partido
y toda discrepancia entre éste y el gobierno desapareció.
En las
elecciones de 1929, para sustituir a Emilio Portes Gil,
el Partido pudo por primera vez demostrar su efectividad.
La designación favoreció a Pascual Ortiz Rubio, que
sin ser una figura destacada permitía a Calles conciliar
sus intereses con los de los obregonistas.
Antes de
las elecciones un grupo de militares encabezado por
Gonzalo Escobar guió la última gran rebelión militar
en marzo de 1929 y en el Plan de Hermosillo acusó a
Calles de querer perpetuarse en el gobierno, culpándolo
del asesinato de Obregón. Los escobaristas corrieron
con mala suerte y al poco tiempo la revuelta fue sofocada.
Aprovechando
su regreso triunfal después de la campaña, Calles expidió,
en mayo de 1929, una declaración en la que anunciaba
su renuncia a la Secretaría de Guerra y su regreso a
la vida privada. Se refirió al fracaso político de la
Revolución, al mismo tiempo que expresaba satisfacción
por el progreso hecho desde 1910 en lo económico-social,
la administración y la construcción. La Revolución,
según dijo, había sido un fracaso con respecto a la
democracia y al voto. Señaló que prácticamente resultaba
imposible para el presidente hallar el remedio, concluyó
que eran los verdaderos partidos políticos los que tenían
que remediar la situación y pidió al PNR reparar los
errores que la Revolución había cometido en materia
política.
Esta última
rebelión sirvió para acelerar el proceso de concentración
del poder en el centro, que recayó en el Jefe Máximo
de la Revolución, el general Calles, y quien lo ejerció
entre 1929 y comienzos de 1935.
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