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Nuestro
siglo - La Reforma política
de 1977
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Noticongreso
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José
López Portillo había ofrecido en su discurso de
toma posesión una reforma política. El cambio
de gobierno había dado tranquilidad a la sociedad
después del fin de sexenio echeverrista y las
propuestas económicas del nuevo gobierno ayudaban
a crear el clima de confianza necesario. Los empresarios
disminuyeron su actitud agresiva y los obreros
hicieron lo propio. Incluso la guerrilla que tantos
dolores de cabeza había dado al anterior gobierno,
había prácticamente desaparecido aunque a veces
volvía a realizar actos violentos. Así que en
abril de 1977 inició consultas públicas para empezar
a discutir la posible reforma a desarrollarse.
Dos
propósitos se tenían que cumplir con la reforma:
revitalizar el sistema de partidos y ofrecer una
opción de acción política legítima tanto a los
que habían rechazado como a los que habían optado
por la violencia. La reforma era tanto más urgente
porque la apertura política de Echeverría se había
visto recortada en su alcance al promover una
reforma electoral limitada.
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Después
de meses de discusiones, la reforma política
se plasmó en la Ley Federal de Organizaciones
Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE),
que fue aprobada por el Congreso en diciembre
de 1977, junto con un paquete de 17 reformas
y adiciones, necesarias para su funcionamiento,
a otros tantos artículos de la Constitución
( artículos 6, 41, 51, 52, 53, 54, 55, 60,
61, 65, 70, 73, 74, 76, 93, 97 y 115). La
LFOPPE, además de elevar a rango constitucional
el reconocimiento de los partidos políticos
como entidades de interés público, estaba
orientada a la ampliación del sistema de
partidos y la participación de
éstos en el Congreso.
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También,
al liquidar la figura de los diputados de partido
e introducir el sistema mixto de representación
proporcional, incrementó el número de diputados
a 400 -divididos éstos en 300 uninominales y 100
plurinominales-, redujo los requisitos para que
los partidos políticos obtuvieran su registro
-si bien estableció dos categorías de reconocimiento,
el definitivo y el condicionado- y reconoció personalidad
a las asociaciones políticas. Todo ello permitió
la incorporación de nuevos actores políticos.
En estas circunstancias, el Partido Demócrata
Mexicano (PDM), el Partido Comunista Mexicano
(PCM) y el Partido Socialista de los Trabajadores
(PST) solicitaron y obtuvieron su registro condicionado.
Además, cuatro asociaciones políticas nacionales
de izquierda (Unificación y Progreso A.C., la
Unidad Izquierda Comunista, el Movimiento por
el Partido Revolucionario de los Trabajadores
y Acción Comunitaria A.C.) quedaron habilitadas
para participar electoralmente en alianza con
algún partido político.
La
prueba para la reforma electoral llegó en 1979,
cuando se realizaron elecciones para diputados.
En ellas el abstencionismo fue muy elevado -41.6%
del padrón-, el PRI obtuvo el 69.84% de los votos
(le correspondieron 296 diputados) y perdió, en
manos del PAN, 4 diputaciones uninominales; este
último partido obtuvo 10.79% de los votos (43
diputados) y le siguieron el PCM con 4.97% (18
diputados), el PPS con 2.59% (11 diputados), el
PST con 2.12% (10 diputados),el PDM con 2.05%
(l0 diputados) y, por último el PARM con 1.81%
(12 diputados). Aunque no fueron resultados espectaculares,
por primera vez se permitió la presencia en la
Cámara de Diputados de otros partidos diferentes
a los que habían estado por más de tres lustros.
Así, en agosto de 1979, se instaló la LI Legislatura
del Congreso de la Unión, en la que fueron incorporados
diputados opositores de la izquierda, con lo que
la pluralidad de la Cámara se vio incrementada
de manera significativa, aunque en términos reales
la oposición no tuviera el número suficiente de
representantes para crear un congreso equilibrado.
En
tal sentido, la LI Legislatura sería histórica,
no sólo por haber sido resultado de la primera
reforma verdaderamente importante en términos
de elecciones, sino porque en su seno se pudieron
escuchar por primera vez en mucho tiempo debates
y discusiones con otros interlocutores políticos.
La
necesidad de más espacio para el funcionamiento
legislativo, dio pie a que se iniciara la construcción,
en septiembre de 1979, del nuevo recinto de San
Lázaro, mismo que se terminó y daría cobijo a
esta misma legislatura en junio de 1982.
Los
años transcurridos entre 1977 y 1981 fueron de
crecimiento. En ese lapso la economía aumentó
a una tasa media anual de 8.4%; se produjeron
casi cuatro millones de empleos, algo nunca visto
hasta entonces en tan corto periodo; el gasto
público como porcentaje del PIB aumentó de 39.5%
en 1979 a 47.2% en 1981, con lo cual se consolidó
un amplio sector público de la economía y el Estado
pudo resolver algunas contradicciones tanto con
el sector privado como con el sindicalismo.
Sin
embargo la estrategia presentaba serias fallas.
La principal de ellas se refería al hecho de que
la expansión de la economía dependía crecientemente
de los ingresos provenientes sólo de las exportaciones
del petróleo, mientras que el resto de las exportaciones
permanecieron estancadas. Así. a pesar del petróleo,
el déficit público creció de 5.2% en 1977a 16
51% en 1982, como porcentaje del PIB, lo que preparó
la debacle del fin de sexenio. De hecho, la estrategia
inicial del presidente López Portillo, anunciada
en su discurso de toma de posesión, que incluyó
dos años intermedios para la estabilización de
la economía, fue sustituida sobre la marcha por
otra de crecimiento rápido promovido por déficit
fiscales.
Si
bien el petróleo hizo crecer el PIB, los desequilibrios
persistieron y se acentuaron: gran inflación,
crecimiento del déficit de la cuenta corriente,
crecimiento de la deuda externa -37 mil millones
de dólares en 1978, 71 mil millones de dólares
en 1981-. Los síntomas de problemas económicos
generados por el crecimiento petrolero fueron
apareciendo a lo largo del sexenio en medio del
debate sobre la conducción del programa económico
entre la Secretaría de Programación y Presupuesto
y la Secretaría de Hacienda. En 1979 la tasa de
crecimiento del PIB llegó a su nivel más alto,
provocando un " sobrecalentamiento '' de
la economía.
Ante
la situación que golpeaba a los sectores más bajos
de la sociedad, el gobierno intentó echar a andar
proyectos económicos que los favorecieran, como
la Coordinación General del Plan General de Zonas
Deprimidas y Grupos Marginados ( Coplamar ), que
pretendía coordinar acciones entre las distintas
entidades gubernamentales.
El
gobierno de López Portillo intentó recuperar su
déficit con la puesta en marcha de una serie de
impuestos que fueron aprobados por el Congreso,
en medio de la crítica panista. El Impuesto al
Valor Agregado ( IVA ), surgido de la L Legislatura,
así como el Impuesto sobre Adquisición de Inmuebles,
el Impuesto sobre Automóviles Nuevos, el Impuesto
Especial sobre Producción y Servicios, y la expedición
de las nuevas leyes de Impuesto sobre la Renta,
Aduanera y Federal de Derechos, que se aprobaron
por la LI Legislatura, trataron, además de modernizar
la estructura impositiva del país, obtener recursos
adicionales. Sin embargo, los impuestos no solucionaron
el problema y, en cambio, se convirtieron inmediatamente
en un factor inflacionario.
Preludio
de la crisis de 1981 resultó el incremento de
6% al 20% de las tasas bancarias internacionales,
a finales de 1980. De manera automática, la deuda
mexicana se elevó a más de 34 mil millones de
dólares y, en lo inmediato, se tuvo que pagar
5 mil millones de dólares. Pero los problemas
desatados con el incremento de las tasa de interés
no adquirieron su verdadera dimensión sino hasta
mediados de 1981, con la caída internacional del
precio del petróleo, hecho " inesperado "
que definió el rumbo de los acontecimientos. Al
estar la economía mexicana atada completamente
al petróleo, la base de ésta se vino abajo y con
ello la reacción de los empresarios se agudizó
nuevamente: fuga de capitales que a fines de ese
año llegó a niveles verdaderamente increíbles.
Por tanto, en febrero de 1982 el gobierno se vio
obligado a devaluar la moneda en un 7() por ciento.
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Pero
la devaluación en ese momento tocaba el
corazón mismo del sistema económico nacional:
aceleró rápidamente la crisis y la convirtió
en un fenómeno determinante para la economía
del país. En pocas semanas fenómenos como
la paralización de la economía, el crecimiento
inusitado de la inflación y la fuga de capitales
se convirtieron en los factores determinante
crisis.
De
febrero a agosto de 1982 salieron del país
millones de dólares destinados al pago de
la deuda externa privada, y para poner a
salvo los capitales tanto de la inflación,
como de la inestabilidad general de la economía.
Además, la crisis financiera se agravó en
la medida en que las divisas comenzaron
a escasear y el gobierno de López Portillo
no impuso el control de cambios. El presidente
intentó sostener hasta el último momento
a los empresarios como sujetos fundamentales
de la economía el fin de mantener la alianza
en el bloque en el poder.
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Sin
embargo, medidas de último momento como la reducción
del gasto el establecimiento de exenciones y estímulos
fiscales -claramente favorecedores de los intereses
de los empresarios- ya no tuvieron respuesta positiva.
Ante
la inmensa fuga de capitales y las difíciles condiciones
económicas en que se encontraba el país como consecuencia
de la salida de divisas, el gobierno tuvo que
tomar una determinación sorpresiva el 1 de septiembre:
la nacionalización bancaria, anunciada por López
Portillo ante un Congreso estupefacto.
Con
la nacionalización de la banca y la imposición
control de cambios el gobierno esperaba frenar
de manera radical la fuga de capitales, y responder
políticamente al aislamiento con el que el capital
financiero le había supeditado. Políticamente
buscaba convertir el arrinconamiento en que se
encontraba el Estado en una situación fortalecida.
Más que un triunfo caprichoso sobre los empresarios,
lo que estaba en juego para el Esta acumulación
de capital como base material de sustentación
del sistema.
Desde
el punto de vista legislativo, la nacionalización
de la banca fue motivo de un amplio debate al
interior del Congreso. No sólo porque a todos
los diputados de la LII Legislatura, recién estrenados,
tomó por sorpresa el decreto del Ejecutivo, sino
porque unificó el apoyo hacia el Presidente, por
parte del PRI, PPS, PST, y PSUM ( partido en que
se había convertido el PCM ), y contra al PAN
y al PDM. De cualquier manera, los debates al
interior de la Cámara -cuya nueva sede legislativa
en San Lázaro había sido inaugurada en junio anterior-
no eran sino un reflejo del debate que se desarrollaba
afuera -como había ocurrido seis años atrás- entre
los empresarios y el Estado, y en el cual, el
Presidente recientemente electo, Miguel de la
Madrid, parecía no estar muy de acuerdo.
En
las elecciones presidenciales de 1982 el PRI había
presentado la candidatura de Miguel de la Madrid
y a ella se adhirieron el PPS y el PARM; el PAN,
la de Pablo Emilio Madero; el PSUM la de Arnoldo
Martínez Verdugo; el PDM, la de Ignacio Gollaz;
el PST, la de Cándido Díaz; el Partido Social
Demócrata ( PSD ) -cuyo registro era condicionado-,
la de Manuel Moreno Sánchez, y el Partido Revolucionario
de los Trabajadores ( PRT ) -que también había
recibido recientemente su registro definitivo-,
a Rosario Ibarra de Piedra.
Estas
elecciones contrastaban porque en las anteriores
elecciones presidenciales, en 1976, sólo hubo
un candidato legal a la presidencia, en cambio
ahora, siete contendientes con registro se disputaban
la presidencia, sin embargo, desarrolladas las
elecciones, los resultados no fueron muy diferentes
a las de la última votación. Con una abstención
del 27%, el candidato del PRI, PARM y PPS, obtuvo
la presidencia del país y 74.43% de la votación
total. El PAN, obtuvo el 14%, el PSUM el 5.81%,
el PPS el 2.25%, el PRT el 2.05%, el PDM con 1.67%
y el PST el 1.59%. Tanto el PARM como el PSD perdieron
el registro al no obtener el mínimo porcentaje
para mantenerlo -1.5% de la votación total-; en
el caso del PRT, aunque en la votación general
obtuvo más del mínimo necesario para mantener
su registro, en la de Diputados no alcanzó el
1 .5%, por lo que no pudo obtener ninguna presencia
en el Congreso.
Por
otra parte, el PRI acaparó 299 curules de mayoría
relativa en el Congreso, y el PAN sólo obtuvo
una, lo cual significó un retroceso pues en las
elecciones anteriores había ganado 4 diputaciones.
Fuera del PRI, las diputaciones se distrubuyeron
de la siguiente forma: PAN, 51 diputados; PSUM,
17 diputados; PDM, 12 diputados; PST, 11 diputados;
y PPS, 10 diputados. Sin embargo en su conjunto
la oposición ganó más votos que nunca ( el 25
% ), que significaron 100 diputaciones de partido
o representación proporcional. Si bien el avance
era importante en términos de la pluralidad en
el Congreso, en realidad no resultó tan importante
en sus efectos, ya que la Cámara de Diputados
continuó funcionando bajo las prácticas tradicionales.
Los
comicios de 1985 se realizaron bajo las mismas
normas aprobadas desde 1977 y los resultados fueron
similares a los anteriores: PRI, 64.8%, PAN, 15.6%;
PSUM, 3.2%; PDM, 2.7%; PST, 2.5%; PPS, 2.0%; PARM,
1.6%; PMT, 1.6% y PRT, 1.6%. Con tales resultados,
la Cámara de Diputados se integró en su LIII Legislatura
de la siguiente forma en téminos de curules: PRI,
289; PAN, 41; PPS, 11; PDM, 12; PSUM, 12; PST,
12; PRT, 6; PARM, 12 y PMT, 6. El cambio más importante
con relación a las elecciones previas, fue que
esta vez se le concedió al PMT el registro condicionado,
y se le reintegró su registro al PARM, mismo que
había perdido en las elecciones anteriores. Pero
si bien es cierto que el PRI siguió siendo mayoritario
en este periodo, también lo es que la presencia
de la izquierda en la Cámara de Diputados desde
1979, le fue imprimiendo al Congreso un cariz
diferente, al introducir mayor pluralismo en su
seno.
Con
Miguel de la Madrid en el gobierno, además de
reformas estructurales de la economía mexicana,
la política comenzó a sufrir cambios importantes
que tendieron -por empuje de la sociedad- a la
modernización del sistema. Sin embargo, las contradicciones
continuaron. La situación crítica de la economía,
y el descontento generado con la aplicación del
modelo de reordenación hizo que en un periodo
relativamente corto -apenas un sexenio- el panorama
tradicional de la política cambiara de manera
radical y que empezara a surgir en México, realmente,
un sistema de partidos.
En
principio, la política democratizadora del gobierno
se expresó en diversas propuestas enviadas al
Congreso al asumir la presidencia. La primera
de ellas fue la reforma al Artículo 115 constitucional
a fin de reintegrar recursos y facultades a los
municipios, vigorizando con ello su hacienda y
su autonomía política. Se trataba de volver a
la vieja idea del municipio como célula de la
vida democrática de la comunidad. El proyecto
político de De la Madrid parecía buscar la legitimidad
perdida por el sistema político en su conjunto
a raíz de la crisis económica.
El
proyecto que le tocó iniciar a Miguel de la Madrid
y continuar a Carlos Salinas de Gortari seis años
después, implicó cambios profundos en la tradicional
estructura económica mexicana. En su toma de posesión
el 2 de diciembre, el nuevo presidente reconoció
la profunda crisis por la que atravesaba el país
y la necesidad de variar el rumbo que hasta entonces
se había mantenido: inflación de casi el 100%,
un déficit sin precedentes, ausencia total de
ahorro para financiar inversión, rezago de las
tarifas y los precios públicos, debilitamiento
en la dinámica de los sectores productivos, crecimiento
cero, ingreso de divisas paralizado, deuda externa
pública y privada de proporciones desmesuradas,
recaudación fiscal debilitada y crédito externo
reducido drásticamente. En tales circunstancias,
señalaba De la Madrid, la planta productiva y
el empleo se veían seriamente amenazados, el desempleo
abierto era el más alto de los últimos años y
los sectores de menores ingresos tenían problemas
para satisfacer necesidades mínimas de subsistencia.
Había desconfianza y pesimismo en la sociedad,
lo que podía conducir peligrosamente a la discordia
entre clases y grupos. La crisis mexicana se ubicaba
en un contexto internacional donde existían incertidumbre,
temor y la recesión estaba presente, además de
las guerras comerciales, el proteccionismo, las
altas tasas de interés, el desplome en los precios
de las materias primas y el alza en los productos
industriales, todo lo cual atentaba contra las
posibilidades de todos los países. Finalmente
reconoció que se vivía una situación de emergencia
frente a la que había de actuar con definición
y responsabilidad para que " la Patria no
se nos deshaga entre las manos ''.
La
base del proyecto reestructurador era la economía
y hacia allá enfocó el presidente todas sus baterías
desde un principio. En su toma de posesión presentó
el Programa Inmediato de Reordenación Económica
( PIRE ) y, pocos meses después, en mayo de 1983,
presentó también el Plan Nacional de Desarrollo
(PND). Ambos constituyeron la primera fase, entre
1983 y 1985, del proyecto restaurador de la economía.
Fundamento
y punto de partida de la estrategia económica
del presidente De la Madrid fue la de restaurar
la confianza de los inversionistas. Se trataba
no sólo de obtener su apoyo moral para el proyecto
económico, sino también político. Esta política
se complementó, además, con el inicio de la venta
de las empresas del sector paraestatal. En diciembre
de 1983 el Congreso de la Unión había aprobado
modificaciones constitucionales que definieron
la rectoría del Estado. Ello le dio al gobierno
la pauta que necesitaba para llevar adelante la
venta de empresas paraestatales, con lo que se
obtendría, además de mayor confianza de los empresarios,
y más recursos para el Estado, al tiempo que se
ponía en práctica el principio de adelgazamiento
que había prometido el gobierno.
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En
el periodo 1983-198 las cosas caminaron
bajo control. Aunque no hubo repunte espectacular
en la economía -en realidad índices como
el PIB se siguieron manteniendo negativos-,
por lo menos se dio la posibilidad de revertir
la tendencia en algunos rubros como las
finanzas públicas que habían tenido un déficit
del 7.6% en 1982 y hacerlas crecer -con
el apoyo del petróleo- hasta el 3.6% en
1985. También la producción y el empleo
crecieron. De igual manera, se pudo disminuir
la inflación que había sido del 100% en
1982 al 63% en 1985.
Claro
que, a la par, la reducción del gasto público
-que era una de las bases del modelo-, trajo
como consecuencia, en términos reales, la
pérdida de empleo en el sector estatal y
la disminución del gasto social.
Sin
embargo, todo esto era parte de lo planeado
por el gobierno, y explicado a la sociedad
en términos de un " realismo económico
'' que implicaba sacrificios para sacar
adelante al país.
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Sin
embargo, en 1985, las cosas no fueron como se
esperaba. Además del impacto social que significó
el terremoto de septiembre en la ciudad de México
-que por muchos fue leído como una señal inequívoca
de la condición en que se encontraba el país-,
la inflación comenzó a crecer de nuevo como consecuencia,
por un lado, del relajamiento de las políticas
contraccionistas y restrictivas -en un intento
del gobierno por recuperar más rápidamente el
crecimiento y, por el otro, del inicio en la caída
de los precios del petróleo, que pronto, a inicios
de 1986, llegaron a su nivel más bajo.
Lo
que provocó la crisis de 1985-1986 fue, al contrario
de lo que podría pensarse, una radicalización
de las medidas económicas que se venían desarrollando.
Se hizo evidente que la transformación estructural
de la economía era más necesaria que nunca. Temas
como la diversificación de las exportaciones,
la reconversión industrial, el aumento de la producción
agrícola, pesquera, silvícola y minera, acompañaron
a las ya tradicionales encaminadas al saneamiento
de las finanzas y a la reducción del gasto público.
Para darle un sentido a toda esta política, el
gobierno puso en funcionamiento el Programa de
Aliento y Crecimiento (PAC), con el que trató
de dar coherencia a la segunda fase de su gobierno
en materia económica.
Además
de una mayor reducción en el déficit público y
de flexibilizar las tasas de interés, como parte
de la Carta de Intención firmada con el FMI en
1986, el gobierno se comprometió a aplicar una
política de apertura comercial. Ello significaba
dejar atrás décadas proteccionistas con las que
el país había podido desarrollarse en un mundo
eminentemente cerrado en cuestiones comerciales.
Pero ante las nuevas reglas de juego internacional,
la apertura representaba para el país la alternativa
más conveniente. En consecuencia, el gobierno
inició negociaciones con el Acuerdo General de
Aranceles y Comercio (GATA, por sus siglas en
inglés), al mismo tiempo que promovió consultas
a través del Senado. La discusión volvió a desatar
las mismas acusaciones que había provocado López
Porrillo en 1979 cuando sometió a consulta el
asunto: era una política entreguista a los Estados
Unidos. Pero si López Portillo decidió en su momento
no ir más allá, en esta ocasión, Miguel de la
Madrid firmó el protocolo de adhesión el 25 de
julio de 1986.
Aunque
pronto se sintieron en la economía señales alentadoras
como consecuencia de tantos cambios estructurales,
al grado que las reservas del Banco de México
crecieron a 14 mil millones de dólares, la inflación
se convirtió en el principal obstáculo. Esta había
bajado del 100% en 1982 a 59.2% en 1984, pero
al año siguiente había empezado a crecer nuevamente.
Para tratar de remediar este fenómeno, el gobierno
echó mano de uno de sus recursos históricos para
tratar de contener la inflación: el establecimiento
de un pacto entre los diversos sectores de la
producción para combatir la inflación. Ello dio
origen en diciembre de 1987 al Pacto de Solidaridad
Económica, el primero de una serie que se firmaría
en los años siguientes, y en los cuales, detalles
más o menos, los obreros aceptaban moderar sus
demandas salariales, los campesinos aceptar los
precios de sus productos, los empresarios no incrementar
los precios y el gobierno vigilar a todos.
Con
este mecanismo basado en la histórica estructura
corporativista del Estado mexicano, la inflación
pudo ser contenida y para 1988 se encontraba ya
en 50%, después de que había llegado un año antes
al 170% . Así, la política económica de Miguel
de la Madrid daba frutos positivos hacia final
del sexenio. Pero, si bien el balance general
del gobierno iba en este sentido, no todo parecía
igualmente optimista. Para recuperar el crecimiento
del país, el gobierno, sin muchas alternativas
a la vista, había echado mano de un proyecto económico
que implicaba un cambio radical en la estructura
económica mexicana, que priorizaba los subsidios
a la acumulación privada en detrimento del nivel
de vida de la mayoría de los mexicanos. El Estado
disminuyó su inversión en alimentación, salud,
educación y vivienda, lo que afectó directamente
a los sectores más pobres, los más golpeados por
la crisis desde la década anterior.
A
partir de 1982 -pese al propósito del presidente
al asumir el cargo de '' construir una sociedad
igualitaria ''-, justificado con la enorme crisis
económica en que se vio envuelto el país, se dio
no sólo un cambio radical en el tipo de política
económica, que implicaba una caída más que evidente
del nivel de bienestar de la mayoría de la población,
sino que de hecho se replanteó, bajo la idea de
modernización, lo que hasta entonces había sido
proyecto histórico de la Revolución mexicana.
En todo caso, la reorganización de la economía
del país se volvió incompatible con el nivel de
vida de gran parte de la población y produjo agudización
extrema de las desigualdades sociales y económicas.
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