Por ello
es que el movimiento estudiantil removió de manera importante
la necesidad de empezar a cambiar la cultura política
de la sociedad mexicana, e iniciar un proceso de transición
a la democracia que, a partir de entonces, ha transcurrido
de manera lenta pero efectiva, y se ha visto reflejado
en diferentes planos de la vida política nacional.
A pesar
de los sucesos de 1968, Luis Echeverría llegó a la presidencia
a través de unas elecciones muy cómodas. Compartiendo
su candidatura por el PRI con el PPS y el PARM, y teniendo
como opositor único por el PAN a Efraín González Morfín,
obtuvo el 84.63% del total de las votaciones. Además
de la votación presidencial, la integración de XLVIII
Legislatura se mantuvo de manera idéntica a como se
había distribuido la Cámara de Diputados desde 1964:
178 diputados del PRI, 20 del PAN, 10 del PPS y 5 del
PARM . En tales condiciones, la desventaja de la oposición
se mantuvo en todos sentidos.
Sin embargo,
Echeverría, presionado por los acontecimientos de 1968,
que habían dejado un saldo político mucho más grande
que las proporciones del movimiento, se había presentado
como candidato del PRI, y después como presidente, con
un cuestionamiento al modelo de crecimiento -que partía,
en principio, del reconocimiento a las desigualdades
sociales y políticas generadas a lo largo del "
desarrollo estabilizador " - y, al mismo tiempo,
con un discurso oficialista que buscaba nuevas legitimidades
y consensos que revitalizaran las instituciones de la
Revolución Mexicana. Todo ello bajo el convencimiento
de que de no hacer reformas la sociedad mexicana y,
sobre todo, el Estado, podían tener problemas en el
mediano plazo.
En tal
sentido, el presidente Echeverría trató de llevar a
cabo un primer intento por recuperar la hegemonía y
legitimidad estatal aparentemente perdida en 1968. Los
cambios que habían ocurrido en la sociedad mexicana
desde los años cuarenta (crecimiento, modernización,
urbanización e industrialización), y la aparición y
desarrollo de nuevos sectores sociales con demandas
específicas ( v. g. las clases medias ), no habían sido
acompañados de cambios políticos en el Estado y sus
formas de gobierno.
Como presidente,
Echeverría impulsó ciertos cambios que dieron la impresión
de una actitud más abierta a la tolerancia. Sin embargo,
de manera contradictoria, a diferencia de la mayoría
de las políticas de Echeverría, la " apertura democrática
" sólo se expresó tímidamente en términos jurídicos.
Las modificaciones de 1973 a la Ley Federal Electoral,
promovidas en la XVIII Legislatura, de ninguna manera
correspondieron al discurso de cambio que difundía el
Presidente.
De cualquier
manera, los inicios del sexenio, y de la década de los
setenta, fueron de definición de un sector de la sociedad:
si la " apertura democrática " convenció a
algunos jóvenes militantes del movimiento estudiantil
de 1968 de participar a través de los pequeños canales
legales que se fueron abriendo, algunos otros en cambio
optaron por radicalizarse. La " derrota "
de Tlatelolco, la represión de los llamados " Halcones
" en junio de 1971, y la débil democratización
de la vida política nacional, les hizo reflexionar sobre
que la mejor vía para cambiar al país era la de la lucha
armada, a través de las guerrillas en las montañas o
a través de la guerrilla urbana.
En el sexenio,
las acciones de todos estos grupos radicales mantuvieron
un clima de inestabilidad y zozobra en la sociedad a
través de asaltos y secuestros, e implicaron respuestas
igualmente violentas por parte del Estado. Aunque también
se trató de contrarrestar a la guerrilla con el impulso
a una reforma político-electoral que permitiera la participación
legal de otros sectores de la sociedad.
Obviamente,
no sólo la guerrilla empujaba a tal reforma. Para entonces,
diferentes sectores de la sociedad -muchos de ellos
alentados por la retórica echeverrista- pugnaban por
participar políticamente a través de organizaciones
no oficiales. Una de las características del sexenio,
es que fueron apareciendo diversos movimientos que trataban
de presentarse como una opción política distinta a la
que representaba históricamente la del propio Estado.
Entre 1971 y 1974 la disidencia sindical tomó fuerza
entre los electricistas, los maestros, los ferrocarrileros
y los petroleros, pero también en un sinnúmero de sindicatos
de empresa. A la vez, aparecieron organizaciones formales,
tales como el Frente Auténtico del Trabajo y la Unidad
Obrera Independiente. Por lo general, se luchaba por
mejores condiciones económicas, pero también, cada vez
más, por impulsar la democratización del sindicalismo
oficial.
Por otro
lado, los movimientos independientes campesinos, aunque
pequeños y aislados entre sí, empezaron a adquirir un
perfil orgánico más definido a nivel local y regional,
y en las principales urbes del país comenzaron a organizarse
grupos de marginados y posesionarios que exigían tierras,
títulos de propiedad y servicios. En síntesis, los años
entre 1971 y 1976 fueron los tiempos de la aparición
y ascenso de este tipo de movimientos que, aunque reprimidos
muchos de ellos, hicieron evidentes las limitaciones
de la apertura echeverrista, limitaciones contrastadas
mucho más dramáticamente por la guerrilla urbana y rural.
Contradictoriamente,
la necesidad de iniciar una transición hacia formas
más abiertas de democratización de la sociedad mexicana,
que permitiera contrarrestar la presión de los movimientos
independientes, radicales o no, se volvió una necesidad
imperiosa, a riesgo de que se incrementaran los canales
no institucionales de participación de la sociedad.
Desde diciembre de 1971, como paso previo a las elecciones
de 1973, se iniciaron mínimas reformas a la Ley Electoral,
tales como el aumento del número de habitantes de los
distritos electorales, y la reducción de la edad para
ser diputado ( 21 años ) y senador ( 30 años ), que
resultaban insuficientes en una sociedad con anhelos
más fuertes de democracia. La modificación más importante
en ese momento fue, sin duda, la disminución del porcentaje
de votación, de 2.5 a 1.5, necesario para que los partidos
políticos conservaran el registro y obtuvieran diputaciones
de partido, mismas que con esa modificación aumentaron
a 25. En realidad, esta última reforma tuvo que ver
más que con una apertura democratizadora hacia la sociedad,
con la necesidad de seguir contando con la presencia
en la Cámara de Diputados de los que, más tarde, serían
llamado partidos paraestatales: el Auténtico de la Revolución
Mexicana (PARM) y Popular Socialista (PPS), quienes
en la elección d 1970, habían obtenido sólo 0.54% y
0.84% respectivamente del votación total.
Desde su
campaña presidencial, Echeverría había planteado lo
que haría su gobierno en términos económicos: creación
de nuevos empleos, desconcentración industrial, apoyo
a las regiones más atrasadas, justa distribución de
la riqueza y, sobre todo, un cuestionamiento muy fuerte
al papel de la iniciativa privada que había privilegiado
en su beneficio el crecimiento económico en detrimento
de la justicia social. Asimismo, propuso darle un mayor
impulso al gasto social, particularmente a la educación
y salud, tratar de resolver el atraso en que se encontraba
sumido sector agropecuario, luchar por mejores condiciones
de intercambio para los productos mexicanos en el exterior
y, desarrollar un papel de liderazgo en torno a la integración
económica latinoamericana.
En esta
perspectiva, una de las intenciones de Echeverría fue,
con base en su propia interpretación de los principios
básicos de la Revolución mexicana, la de recuperar el
control de la economía que -según él- poco a poco se
había trasladado a manos de la iniciativa privada. El
mecanismo apropiado para tal fin, fue intervención gradual
del Estado en la economía y la ampliación sus funciones
en todos los niveles de la misma, con lo cual se justificaba
la necesidad de pasar a un nuevo esquema de desarrollo
q permitiera continuar el ritmo de crecimiento de los
años sesenta, pero corrigiendo los enormes desequilibrios
sociales que se habían generado. En ese sentido, Echeverría
pensaba que era posible solucionar las contradicciones
generadas por el '' desarrollo estabilizador ",
sin atentar contra el esquema de crecimiento acelerado.
Así las
cosas, el Estado transformó su papel de primotor del
desarrollo a rector de la economía. Ello dio pie a que
empezara a tener injerencia tanto en la producción,
distribución, circulación y consumo, para supuestamente
lograr una equitativa distribución del ingreso. Desde
esta perspectiva, Echeverría orientó su política económica
en torno a tres vertientes fundamentales: una política
social que buscó, por un lado, mantener el poder adquisitivo
de los trabajadores y, por el otro, desarrollar una
estrategia asistencial hacia los sectores mayoritarios
de la sociedad; el crecimiento, Estado a través de la
creación de empresas paraestatales, fideicomisos y organismos
públicos, que abarcaron múltiples facetas de actividad
económica del país, y, en tercer lugar, una política
gasto público que, como nunca, creció cada año hasta
convertirse en un costoso gasto improductivo que no
resolvía los problema los sectores más necesitados,
y en cambio resultaba improductivo y generoso para el
país.
Además,
de acuerdo con este nuevo papel del Estado, Echeverría,
tan pronto asumió la presidencia, envió al Congreso
iniciativas de creación del Instituto Nacional para
el Desarrollo la Comunidad Rural, del Instituto Mexicano
de Comercio Exterior y del Consejo Nacional de Ciencia
y Tecnología. También envió otras iniciativas que reformaron
leyes vigentes, entre las destacaron la Federal de Reforma
Agraria, la Orgánica de Petróleos Mexicanos y la de
Control de Organismos Descentralizados y Empresas de
Participación Estatal.
En 1972
la XLVIII Legislatura reformó el artículo cuarto constitucional
y expidió una nueva Ley General de Población, con el
fin de adoptar una política de población. La reforma
constitucional estableció el derecho de las parejas
a decidir '' de manera libre responsable e informada
sobre el número y espaciamiento de los hijos "
. Paralelo a esto último, en 1976 se creó el Consejo
Nacional de Población (Conapo), que quedó a cargo de
la planeación demográfica y se expidió la Ley General
de Asentamientos Humanos, que estableció las bases jurídicas
para ordenar los procesos relacionados con los asentamientos
humanos y la distribución de la población en el territorio
nacional.
También
la misma XLVIII Legislatura expidió la ley sobre el
Registro de Transferencia de Tecnología y el Uso y Explotación
de Patentes y Marcas, y en 1973 otra ley para Promover
la Inversión Mexicana y Regular la Inversión Extranjera
que, por cierto, provocarían protestas de la Asociación
Nacional de Banqueros y de las empresas transnacionales.
En realidad, tanto la XLVIII, como su sucesora la XLIX
legislaturas desarrollaron una intensa actividad a lo
largo de todo el sexenio echeverrista. Sin embargo,
aunque toda esta intensa labor legislativa mostraba
una clara necesidad de dar al país una nueva cara, y
de que además las legislaturas del periodo mostraron
un ritmo de trabajo que no habían tenido en gobiernos
anteriores, el Congreso continuó -con la única excepción
del PAN- mayoritariamente supeditado a las necesidades
del Ejecutivo.
La política
económica-social más evidente a lo largo de su gobierno,
fue el uso al llamado gasto social . Este se mantuvo
por encima de otros rubros, aun por encima de la inversión
en el sector industrial y paraestatal. Dentro del gasto
social, la mayor inversión se dio en el sector agropecuario
-que creció en el periodo a una tasa promedio anual
de 34%-, seguido por el educativo y aspectos vinculados
al desarrollo tecnológico -18% promedio de crecimiento
anual- y, en tercer lugar, por el de salud.
En el campo,
el presidente pretendió desarrollar lo que llamó "
la segunda etapa de la reforma agraria '', que consistió
en tratar de continuar lo que había sido la política
agrarista de Lázaro Cárdenas, y darle nueva presencia
al paralizado ejido, colectivizándolo y apoyándolo para
aumentar su producción. El objetivo era, además de refuncionalizar
al ejido, que de su producción se pudiera recuperar
la crisis alimenticia que el país vivía desde la década
anterior. Paralelamente trató de llevar a cabo una reforma
educativa, que culminó con la expedición de la Ley Federal
de Educación en 1973. Esto fue acompañado de un aumento,
en 14 veces, al presupuesto educativo, que permitió
abrir nuevas escuelas superiores, como la Universidad
Autónoma Metropolitana. También enfatizó la educación
técnica al establecer 857 escuelas técnicas secundarias
e institutos tecnológicos en todo el país.
Pero además,
el aumento del gasto público también provino del crecimiento
del propio Estado, creó fideicomisos que y compró todo
tipo de empresas que el sector privado no podía seguir
sosteniendo, bajo el argumento de la necesidad de mantener
los empleos. Esto llevó al intenso crecimiento del sector
paraestatal que, sin embargo era visto como una necesidad
por parte del Estado de cubrir áreas económicas que
el mercado no podía satisfacer. En todo caso, la política
económica del gobierno, con el fin de satisfacer las
cargas sociales que se había impuesto implicó la existencia
de un gasto público muy elevado que, además de no tener
correspondencia con los ingresos del propio Estado,
estuvo sujeto al inmediatismo, la improvisación, el
desorden y, desde luego, la corrupción.
Pero si
la contradictoria política económica de Echeverría trajo
beneficios a ciertos sectores sociales, en cambio, el
eje determinante de los conflictos sociales durante
el periodo echeverrista, se fue trasladando poco a poco
por el lado del enfrentamiento con los empresarios.
Desde el principio de su gobierno el presidente Luis
Echeverría había tenido que enfrentar la desconfianza
de los sectores privados hacia su gobierno. La retórica
" populista '' se reflejaba en la economía en un
programa que, para los empresarios, era difícil de asimilar.
En esas
circunstancias, la situación financiera del país se
fue deteriorando fuertemente. Y si bien en el sexenio
la economía todavia creció a un ritmo acelerado ( 5%
promedio anual ), la inflación aumentó a niveles nunca
antes vistos en la economía mexicana ( 14.2% promedio
anual ), sobre todo después de 1973. Además, la inflación
provocada por el aumento del circulante empezó a ser
reforzada por los aumentos internacionales a los energéticos
y la inflación mundial que para entonces apareció en
el horizonte. Para 1976, la situación económica del
país evidenciaba los síntomas de una profunda crisis,
donde los problemas con la balanza de pagos, la disminución
aguda de la producción agrícola e industria, el endeudamiento,
la fuga de capitales y, en general, el estancamiento
en el crecimiento del país eran los signos más visibles.
A fines
del sexenio, la relación entre los empresarios y el
Estado no auguraba nada bueno. Las condiciones del enfrentamiento,
aunadas a las dificultades económicas a que había entrado
el país desde 1975, llevaron al gobierno -sobre todo
a través de la retracción de la inversión y de la fuga
de capitales- a un callejón sin salida, cuyo desenlace
fue la devaluación del peso.
En lo político,
los avances no fueron significativos. La tímida Reforma
Electoral de 1973 no había producido resultados realmente
democratizadores. Las elecciones para diputados realizadas
en 1973 no mostraron ningún cambio profundo: según cifras
oficiales, con un abstencionismo del 34%, el Partido
Revolucionario Institucional obtuvo el 70% del total
de los votos, el Partido Acción Nacional el 14.60% -la
cifra más alta hasta entonces-, el Partido Popular Socialista
el 3.61%, y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana
apenas logró superar el porcentaje mínimo al obtener
el 1.82%. El reflejo de esta votación en la Cámara de
Diputados fue la existencia de 189 curules para el PRI,
25 para el PAN ( 23 de mayoría y 2 de partido ), 10
para el PPS y 7 para el PARM.
La mismas
condiciones electorales se repitieron tres años después
en las elecciones presidenciales de 1976. Sin embargo,
para entonces ya algunas fuerzas políticas que habían
permanecido en la clandestinidad, trataban de manifestarse
en forma legal. El viejo Partido Comunista Mexicano,
sin registro, decidió aprovechar los aires democratizadores
que soplaban en el país y, además de intentar agrupar
en su seno a parte importante de la izquierda tradicional,
presentó la candidatura, sin validez oficial, de Valentín
Campa para la presidencia de la República. Otra presencia
importante, con fuerza en la opinión pública, aunque
sin participación electoral, lo constituyó el Partido
Mexicano de los Trabajadores (PMT). Muy estrechamente
vinculado al PMT, surgió en 1973 de una escisión en
el CNAO, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST).
Aunque se conformó oficialmente en 1975 y obtuvo su
registro formal hasta 1978, se convirtió rápidamente
en un nuevo partido paraestatal, destinado, más que
nada, a oponerse a la oposición del PRI. Por su parte,
el PAN, que había venido obteniendo una votación creciente,
aunque sin representar un serio peligro para el PRI,
y que en la Cámara de Diputados se había constituido
en la única oposición crítica a la política del presidente
Echeverría, en medio de controversias internas, terminó
por no presentar candidato a la Presidencia de la República
en las elecciones de 1976, por considerar que no había
garantías suficientes para llevar adelante elecciones
democráticas.
Al realizarse
las elecciones de 1976, no hubo más que un sólo candidato
con registro: José López Portillo por el PRI. El PARM
y el PPS, siguiendo su costumbre desde 1958, apoyaron
la candidatura del PRI, y sólo el PCM presentó a Valentín
Campa como contendiente.
En estas
circunstancias, las elecciones presidenciales resultaron
cómodas para el PRI. Sin embargo, contradictoriamente
reflejaban las condiciones de atraso político en que
se encontraba el país: oficialmente, José López Portillo
obtuvo el 90.63% de los votos emitidos, con un abstencionismo
del 35.5%. Cuando en agosto de ese año se integró la
L Legislatura en la Cámara baja del Congreso, de 237
Diputados, 195 eran del PRI, 20 del PAN, 12 del PPS
y 8 del PARM. Ello representaba con toda evidencia un
cuadro con las precarias condiciones políticas en que
vivía el país a fines del gobierno de Echeverría quien,
a pesar de la " apertura democrática '', no había
podido generar las condiciones mínimas de un tránsito
a una situación más abierta de participación política;
además, ya era evidente la presencia de grupos que demandan
presencia legal en el Congreso.
Al empezar
a trabajar el nuevo gobierno en diciembre de 1976 era
evidente la crisis económica por la que atravesaba el
país, tanto por los desequilibrios en el modelo de crecimiento
seguido desde los años cuarenta, como por los acontecimientos
negativos surgidos en el último sexenio, que al combinarse
con la recesión internacional, crearon una situación
recesiva de la economía que hacía peligroso el inicio
de su gobierno. Pata López Portillo, sin embargo, no
se trataba de modificar radicalmente la estrategia seguida
por su antecesor, sino únicamente variarla para corregir
los resultados negativos. En tal sentido, el problema
fundamental de la desigual redistribución del ingreso
subsistía y su gobierno se propuso corregirla desde
otro ángulo: a través de un programa de creación de
empleos. Para lograr esta alternativa siguió la misma
senda echeverrista del gasto público elevado, pero tuvo
en su favor un recurso muy importante: el petróleo.
Durante la mayor parte de su gobierno, contó con la
riqueza generada por el petróleo, lo que permitió que
el país recuperara los índices de crecimiento -e incluso
más altos- que habían existido en la década anterior.
Pero el petróleo también incidió en la profundización
de problemas que llevaron al país a una nueva crisis
al final del sexenio: el gasto público excesivo y el
incremento desproporcionado del endeudamiento externo.
Para empezar,
con el objetivo de lograr estabilizar al país, el nuevo
gobierno se vio obligado a confirmar el acuerdo de estabilización
pactado con el Fondo Monetario Internacional al final
de la administración anterior, mismo que presuponía
principalmente la reducción del déficit del sector público
la limitación del endeudamiento externo, el no crecimiento
del gobierno, la apertura al exterior y la aplicación
de políticas restrictivas del salario.
Parte fundamental
del programa del nuevo gobierno fue la reforma administrativa.
Con ésta, aparte de achicar y haces más racional el
aparato público, se buscó introducir la racionalidad
y la planeación, es decir, modernizar a la burocracia.
Para ello, el gobierno, además de la creación inmediata
de la Secretaría de Programación y Presupuesto -destinada
a planear la forma en como se gastaban los egresos-,
envió al Congreso tres iniciativas de leyes: la Ley
sobre Presupuesto, Contabilidad y Gasto Público que
atribuyó la política presupuestaria a esta Secretaría
para hacer coincidir en ella la confección del presupuesto
con la planeación; la Ley General de Deuda Pública que
colocó a la Secretaría de Hacienda como controlador
único de la contratación de toda la deuda pública, y
la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal,
que redistribuyó funciones entre dependencias.
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