2.
Población indígena y distribución geográfica
2.1. Identidad
Las comunidades indígenas conservan rasgos
culturales específicos que impiden su asimilación a la sociedad mexicana
y que se manifiestan en sus formas de vida comunitaria, la comunicación
oral a través de la lengua materna, su relación con el hábitat, un sistema
de conocimientos propios y la práctica de la medicina tradicional. Así,
la preservación de su identidad étnica y cultural se encuentra íntimamente
ligada al funcionamiento de sus instituciones sociales y políticas,
id est, al ejercicio de sus sistemas normativos internos.
La cosmovisión y filosofía de los pueblos
indígenas se expresa en su simbología lingüística, en su manera de percibir
el mundo, de concebir la relación del hombre con la naturaleza y de
la interacción de las relaciones humanas, que imbuidas de un profundo
misticismo y religiosidad, permean y moldean todas las instituciones
de las sociedades indígenas: familia, religión, gobierno y relaciones
de producción.
El pilar de la identidad indígena lo constituyen
sus lenguas, que son el vehículo de comunicación entre los miembros
de la comunidad y con los demás pobladores de las zonas aledañas. Las
lenguas indígenas al igual que las demás lenguas que se hablan en el
mundo, tienen rasgos característicos que las hacen análogas o las diferencian
de otras; es decir, poseen fonética, estructura y léxico.
2.2. Organización política
y religiosa
El motor de los pueblos indígenas es su
sistema de organización política y religiosa, el cual gira en torno
de la organización del culto y del sistema de cargos que involucra a
toda la comunidad. Año con año, un grupo diferente de hombres y mujeres,
llamados mayordomos o "cargueros", tienen la responsabilidad
de apoyar la celebración de las fiestas religiosas, compran las velas,
el aguardiente, la comida, el incienso, los cohetes y se hacen cargo
de todos los gastos necesarios. Estas mayordomías arrojan dos tipos
de resultados: matizan las diferencias sociales entre quienes tienen
más recursos y quienes poseen menos y se obtiene cierto prestigio ante
los ojos de la comunidad.
El sistema de cargos inicia en la niñez
y concluye con la muerte, de tal manera que el niño participa como acólito
en la iglesia o tiene a su cargo barrer el atrio del templo; posteriormente,
siendo adolescente colabora como ayudante de topil (policía comunitario),
después como topil, y conforme crece en experiencia y edad se le asignan
responsabilidades mayores, hasta llegar por ejemplo, a ser presidente
municipal y, en la cúspide de la pirámide social, a ser miembro del
Consejo de Ancianos o gobernador tradicional, que como máximas autoridades
de los pueblos dirimen conflictos y toman decisiones por las comunidades.
Es importante señalar, que el ejercicio de los cargos es obligatorio
y que no se percibe salario alguno.
Por lo que respecta a la religión, en términos
generales el culto está concatenado al ciclo agrícola y, en consecuencia,
las fiestas se celebran durante la época de siembra y cosecha para agradecer
la ayuda de deidades como la Lluvia, el Sol, la Luna y la Madre Tierra.
Cada comunidad o pueblo tiene un santo patrón que es festejado con una
ceremonia en la que participa toda la comunidad. La fiesta es quizá
la más importante de las instituciones indígenas para la preservación
de su identidad y ha tenido que ser adaptada a los precarios recursos
que obtienen las comunidades, de tal forma que los gastos que anteriormente
recaían en una sola persona, hoy son compartidos por varias.
2.3. La familia y las relaciones
de parentesco
El parentesco es el soporte del tejido
y la organización sociales, así como de la familia, ésta última entendida
como célula social básica, en la que se toman las decisiones de carácter
político, económico y social. Por tal razón, toda persona adulta que
haya quedado viuda debe casarse si desea que la comunidad le ratifique
su rango social y su pertenencia a la misma, ya que los jóvenes y los
solteros son excluidos de toda responsabilidad. Así que la finalidad
última de la familia es la subsistencia y la obtención de un cargo en
el sistema político-religioso de la comunidad.
La división social del trabajo se establece
en función del sexo y la edad, en la que el hombre y la mujer desempeñan
diferentes roles: el hombre se hace cargo de las labores del campo y
de otras tareas como la construcción de la casa, mientras que la mujer
se encarga del cuidado de los hijos, de la huerta, de la cría de animales
de traspatio, de la confección de la ropa y la preparación de la comida.
Por su parte, los menores coadyuvan a las tareas propias de su sexo.
Una de las instituciones sociales más importantes
de los pueblos indígenas es el trabajo al servicio de la comunidad,
que bajo diferentes denominaciones -dependiendo de la cultura que se
trate- tequio, fajina, tesgüinada, guelaguetza, mano vuelta, etc., persigue
un fin común: ayuda para alguno de los miembros de la comunidad y obras
en beneficio de la colectividad, verbigracia, construcción de escuelas,
caminos, introducción de agua potable y, como ejemplo del primer caso,
ayuda para la construcción de la casa de una pareja de recién casados
o para levantar la cosecha de alguno de los vecinos. Así, el trabajo
colectivo se convierte en una especie de crédito social que sustituye
la carencia de instituciones crediticias y que impulsa y preserva el
proceso productivo organizado y fortalece y cohesiona el tejido social.
2.4. Demografía y asentamientos
humanos
Para el año de 1995, el Instituto Nacional
Indigenista (INI) estimó una población indígena de aproximadamente 10
millones de personas, lo que representaba aproximadamente el 11% de
la población absoluta del país; para tal efecto se utilizó una metodología
basada en tres criterios: i) el recuento censal de los hablantes de
lenguas indígenas mayores de 5 años; ii) los niños menores de 5 años
cuyo padre es hablante de alguna lengua indígena y iii) la población
atendida en las regiones en los que opera algún Centro Coordinador Indigenista.
Es importante señalar, que no obstante
las estimaciones del INI, el universo indígena se encuentra subnumerado,
resultado, en parte, de que el parámetro fundamental de identidad es
el ser hablante de alguna lengua indígena, sin considerar que un porcentaje
significativo de la población que habita en los municipios rurales,
conserva formas de organización tradicionales, usos y costumbres tribales,
y que no obstante haber perdido el uso de la lengua materna, mantiene
elementos de su cultura que pone en práctica en su vida cotidiana.
Por otro lado, dicha subnumeración obedece
al hecho de que en algunas comunidades, pueblos y cabeceras municipales
se oculta la identidad indígena, como mecanismo de defensa ante las
prácticas sociales de marginación y discriminación de que son objeto
los propios indígenas. En este contexto y bajo los anteriores considerandos,
el universo indígena podría sobrepasar con cierta facilidad los 10 millones
de personas estimadas por el INI.
Una de las manifestaciones más importantes
de la riqueza y la diversidad cultural y étnica del país está representada
por el número de lenguas que se hablan. Actualmente se preservan y utilizan
por lo menos 62 lenguas originarias distintas con múltiples variantes
dialectales. Sin embargo, seis de ellas abarcan de manera conjunta aproximadamente
al 61% del total de hablantes de lenguas indígenas, las cuales se presentan
en orden de importancia a continuación: náhuatl (22.7%), maya (13.4%),
mixteco (7.2%), zapoteco (7.0%), otomí (5.4%) y tzeltal (5.0%).
La dispersión de los asentamientos humanos
en algunas regiones, como se verá más adelante, es compartida por la
significancia de las diversas lenguas. Es ilustrativo el hecho de que
de las 62 lenguas que se hablan en todo el país, solamente las 6 mencionadas
cuentan con más de 250,000 personas, mientras que otras 17 poseen más
de 50,000 hablantes. Además se presentan contrastes notorios entre el
número de hablantes de una y otra lengua, verbigracia: mientras que
el náhuatl es hablado por un millón de personas, el Censo General de
Población de 1990, registra únicamente 12 hablantes para el ópata.
Ahora bien, la población indígena se ubica
principalmente en el sureste y el centro del país, de tal manera que
los estados de Oaxaca, Chiapas, Veracruz, Yucatán, Puebla, México, Hidalgo,
San Luis Potosí, Guerrero, Michoacán, Campeche y Quintana Roo concentran
al grueso de la población indígena y sumando al Distrito Federal, estas
entidades en su conjunto, comprenden al 86% de la población indígena
del país.
En algunas entidades federativas la proporción
de indígenas respecto a la población total es muy significativa; por
ejemplo, en Oaxaca representa el 52.72%, en Yucatán el 52.48%, en Quintana
Roo el 36.71%, mientras que en Chiapas dicha proporción es del orden
del 35.19%; en contraste, en Chihuahua significa el 4.35%, en Sinaloa
el 3.88% y en Baja California el 1.98%.
De acuerdo a la información del XI Censo
General de Población y Vivienda, existen más de 17,000 localidades que
cuentan con 30% y más de hablantes de lenguas indígenas, generalmente
son rurales y presentan un elevado grado de dispersión. Así, el 44%
de dichas localidades se encuentran habitadas por menos de 99 individuos,
17% poseen entre 100 y 449 personas, mientras que el 14% tienen entre
500 y 2,500 habitantes. Cabe señalar, que el 25% restante está compuesto
por asentamientos de más de 2,500 personas que habitan en localidades
urbanas.
2.5. Regiones indígenas
Dichas regiones se caracterizan por tener
una población mayoritariamente indígena y por contar con centros rectores
económicos, políticos y culturales controlados por la población mestiza.
Como ejemplo de ello se encuentra la ciudad de San Cristóbal de las
Casas en el estado de Chiapas, que está rodeada de un número importante
de comunidades y municipios indígenas.
Existen también, regiones interétnicas
conectadas como Orizaba, Córdoba y Jalapa en Veracruz, Tehuacán en Puebla
y Tuxtepec en Oaxaca, en donde las comunidades y municipios indígenas
se hallan subordinados jurídica y políticamente al control de los centros
rectores menores que presionan para cambiar la vida interna y económica
de las comunidades y que definen en última instancia, los cultivos a
producir, los precios y los canales de comercialización.
Hay además una red de centros rectores
en la cordillera de la Sierra Madre Oriental, que comprende a los estados
de Veracruz, San Luis Potosí, Hidalgo, Puebla y Oaxaca y que ejercen
su control sobre una población de aproximadamente 3 millones de indígenas.
El proceso de control de los centros rectores
se establece de la siguiente manera: la producción de los pueblos y
comunidades (café, caña de azúcar, vainilla, frutas, productos forestales,
etcétera) es llevada a los centros rectores menores, en donde la población
mestiza controla el precio de los productos, los molinos de arroz, las
destiladoras de aguardiente, los ingenios azucareros, las empacadoras
de frutas, el transporte de carga y el de pasajeros, el comercio, la
banca y posee las mejores tierras, el ganado y cuenta con sistemas de
riego. Toda esta riqueza es transferida a los centros rectores dominantes
como Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí, Puebla y Oaxaca y de ahí, a
los mercados nacionales e internacionales.
El intercambio de productos en las regiones
indígenas se realiza en el denominado mercado "solar", que
no es más que una combinación del marcado prehispánico y del mercado
español y que se integra por diversos sustratos: a) mercado en el ámbito
regional, establecido en las principales ciudades rectoras dominantes
de cada región indígena; b) mercados microrregionales, que se encuentran
en los centros rectores periféricos; c) mercados municipales y d) mercados
comunitarios.
Cada uno de estos mercados posee una configuración
propia y se integra de manera distinta a la economía nacional. Así,
los mercados regionales se encuentran en lugares cerrados, en los que
las autoridades, los vendedores y compradores forman parte de este espacio
de intercambio. En los mercados municipales todas las personas pertenecen
a la comunidad, siendo la actividad principal el intercambio de mercancías
por dinero, sin embargo; en ocasiones, dichas transacciones se llevan
a cabo por medio del trueque y contemplan una amplia gama de productos
que incluye frutas, hortalizas, flores, textiles diversos, sombreros,
huaraches, cestas, comales, ollas, etc. La venta de estos productos
complementa los ingresos de las familias, lo que les permite adquirir
artículos de consumo.
El sistema regional de mercados genera
una red de intercambio entre diversos artesanos que ofrecen sus productos:
ceramistas, cesteros, carpinteros, textileros, laqueros, pedreros, talabarteros,
pintores y orfebres. Estos artesanos se reúnen cada semana en los mercados
locales para intercambiar sus bienes, lo que hace posible la reproducción
de cada familia, de cada comunidad, de cada municipio y de cada región.
Con los excedentes que obtienen por la
venta de sus productos, ya sea los producidos para el mercado nacional
o el internacional (café, cacao, vainilla, barbasco y productos forestales),
adquieren mercancías que requieren para su vida diaria, como jabón,
gasolina, herramientas y electricidad. Es pertinente enfatizar la importancia
que tiene la economía indígena en el mercado nacional, verbigracia:
el 65% de los cafeticultores que poseen entre 1 y 5 hectáreas son indígenas,
son aproximadamente 253,000 productores y representa alrededor del 91%
del sector cafetalero.
Contrario sensu, un número significativo
de pueblos y comunidades mantienen una economía autárquica de subsistencia,
entre los que destacan culturas como la rarámuri, la tepehuana y la
huichola.
Es observable la relación que existe entre
la economía indígena y la nacional, mas los diagnósticos y estudios
económicos que realizan las instancias de la administración estatal,
señalan que la economía indígena es de carácter informal y al hacerlo
excluyen a estos sistemas económicos, lo que distorsiona la realidad
y arroja conclusiones erróneas, en detrimento de los planes y programas
de desarrollo.