La expulsión de un grupo de cubanos del hotel Sheraton es
un hecho vergonzoso. Nadie puede ser expulsado de un lugar
como ése por causa de su color de piel, credo religioso,
inclinaciones sexuales, equipo de futbol favorito o
nacionalidad, pues en ese caso se incurre en violación del
artículo primero constitucional en tanto que se atenta "contra
la dignidad humana" y se anulan o menoscaban los derechos y
libertades de las personas. Por eso, hechos como ése merecen
sanciones de acuerdo con nuestro marco legal.
Lo lamentable es la cadena de reacciones que suscitó un
hecho que debió verse con prudencia republicana. Primero la
Cancillería, en lugar de guardar silencio y analizar los
hechos en frío, declaró que se trataba de un asunto entre
particulares, lo que lastimó fibras sensibles de los sectores
más nacionalistas. Luego, voceros del PRD, el PRI y hasta del
PAN lo mismo que legisladores, periodistas y líderes sociales
levantaron la voz para exigir que el gobierno mexicano
presentara ante Washington una enérgica protesta, casi una
declaración de guerra, pues a su juicio el honor nacional
había sido mancillado.
Por supuesto, es irritante para la comunidad internacional
que Estados Unidos apruebe leyes con la pretensión de
observancia universal, como las que prohíben todo trato
comercial con Cuba. Pero no se crea que el país vecino es el
único que incurre en ese despropósito. Los mexicanos también
contamos con disposiciones jurídicas que pueden resultar
molestas y hasta inaceptables en otros países.
Los ejemplos son varios, pero baste decir que la
Constitución prohíbe que un mexicano por naturalización
utilice un pasaporte de otro país ¡en otro país! Se trata de
un caso frecuente, pues no son pocos los que siguen empleando
el documento de viaje del país de origen para ingresar en ese
mismo país o para entrar sin complicaciones en territorio de
otros Estados. Resultaría estéril y hasta ridículo desplegar
un mecanismo de vigilancia para evitar el empleo de documentos
migratorios extranjeros, pero lo cierto es que la prohibición,
de carácter extraterritorial, existe en el artículo 37 de la
Constitución.
En la misma situación pueden estar los abogados que se
propongan llevar hasta la última instancia su defensa del
Hotel María Isabel Sheraton, pues "la ciudadanía mexicana" se
pierde "por ayudar, en contra de la Nación, a un extranjero, o
a un gobierno extranjero, en cualquier reclamación diplomática
o ante un tribunal internacional". ¿Y qué tal si el caso llega
hasta alguna instancia jurídica fuera del territorio
nacional?
Lo anterior significa que cada país puede dictar
restricciones a sus connacionales que se hallen en el
extranjero o disponer que cuentan con inmunidad más allá de
sus fronteras. Pero son como las llamadas a misa. Durante
varios años, los gobiernos mexicanos respondían indignados a
la "certificación" que extendía la Cámara de Representantes en
lo referente a la lucha contra el narcotráfico. Cuando México
salía reprobado se producían declaraciones flamígeras contra
la incomprensión de los vecinos, pero cuando la certificación
nos trataba como chicos bien portados entonces se veían
amplias sonrisas de satisfacción de nuestras autoridades.
Lo procedente hubiera sido, en una u otra situación,
sencillamente ignorar las determinaciones del Capitolio y
atenernos a nuestras leyes y procedimientos, pero lo cierto es
que aquí suelen tomar demasiado en serio las disposiciones de
tufo injerencista que allá se adoptan, generalmente para sus
ajustes de cuentas y por razones de política interna.
De acuerdo con el periódico The Miami Herald, la expulsión
de funcionarios cubanos del Sheraton es "un incidente
directamente salido de la escuela de diplomacia de Los Tres
Chiflados" y ocurrió "a instancias del Departamento del Tesoro
de Estados Unidos". Desde luego, dan ganas de decir que lo
primero es cierto porque lo segundo está confirmado. Cabe,
pues, una protesta ante Washington por la intromisión.
Cuando la protesta diplomática no cabe, hechos de esta
naturaleza sí requieren de respuesta política que no involucre
al gobierno nacional. Eso precisamente fue lo que ocurrió
cuando una funcionaria menor, la delegada en Cuauhtémoc,
clausuró la citada hospedería y lo mismo deberían hacer otras
dependencias del poder público que deben sancionar por la
violación a diversas normas.
Cuentan que el presidente Adolfo López Mateos, cada vez que
se producía una declaración antimexicana u ocurría un hecho
ofensivo pero contra el cual no podían interponerse recursos
oficiales, solía llamarle a su amigo Vicente Lombardo
Toledano, con quien comentaba lo sucedido. Un rato después,
una brigada de la Juventud Popular Socialista estaba apostada
frente a la embajada de Estados Unidos, de donde, luego de
gritar consignas antiyanquis, era retirada por la fuerza
pública. De esta manera, todos estaban en su papel y los
hechos no quedaban sin respuesta. Eran tiempos en que tanto en
el poder como fuera de él había políticos que sabían hilar
fino.