Ayudantes de payaso. Así se vieron nuestros políticos,
funcionarios, líderes partidistas y "representantes"
populares. El titiritero organiza el tinglado y todos los actores bailan al son
de su danzón. Predecibles como siempre, nuestros funcionarios
no saben qué está pasando, no obstante siempre saben cómo
reaccionar. Generalmente mal. Sólo un jugador, ese factotum de
la política mexicana, sabe lo que persigue y todos los demás se alinean.
Algunos actúan pretendiendo que entienden, otros no tienen
idea de lo que pasa pero el libreto contempla sus torpezas y
les da amplia cabida. Al final del día, el gobierno mexicano
-federal y local- acaba siendo arbitrario y torpe, sin jamás
haber entendido el guión. Peor, quizá el asunto acabe
delineando la naturaleza del año electoral.
La comedia de errores y torpezas en torno a la expulsión de
un grupo de cubanos del hotel María Isabel Sheraton no tiene
desperdicio. En la tertulia acabaron embarrados desde el
secretario de Relaciones Exteriores, que nunca entendió la
trama, hasta el jefe del Gobierno del Distrito Federal, que al
no encontrar por dónde comprar boleto, inició toda clase de
procesos, la mayoría arbitrarios pero todos políticamente
motivados y con graves consecuencias. Los partidos y legisladores
se pronunciaron sin que entendieran bien a bien qué estaba
pasando o quién estaba organizando el drama. Me recordó
nuestro triste desempeño en el Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas: mucho histrionismo y poco conocimiento de
causa.
La confusión era tan grande, que los actores en el drama de
la semana ni siquiera pudieron ponerse de acuerdo en el qué y
por qué de la expulsión de la comitiva cubana. Quizá más
importante, ninguno de los participantes en la
guerra retórica llegó a sospechar que existiera la posibilidad
de que alguien hubiera anticipado su comportamiento. Nuestra
política y nuestros políticos se han vuelto tan predecibles
que Pirandello los
emplearía de marionetas en lugar de personajes.
Comencemos por el principio: todo el asunto del Sheraton se
fundamenta en una aberración histórica: el embargo comercial
con que el gobierno norteamericano respondió a la Revolución
cubana. De acuerdo a las reglas del embargo, ninguna empresa
estadounidense o sus subsidiarias establecidas en terceros
países, puede tener contacto comercial con Cuba. En el caso
que nos concierne, el hotel María Isabel, como subsidiaria de
una empresa norteamericana, está obligado por las reglas del
embargo aunque esto pudiera llegar a violar leyes de nuestro
país. Me parece evidente que este hecho no es desconocido para
ningún funcionario cubano (e incluso existen precedentes
explícitos al respecto en los últimos años), razón
por la cual nada de esto fue sorpresivo. Es evidente que todo
este asunto fue cuidadosamente planeado para provocar
exactamente lo que ocurrió: para que los patiños respondieran al
guión.
El embargo a Cuba, al igual que la ley Helms Burton (que
versa sobre propiedades de norteamericanos expropiadas por el
gobierno revolucionario sin indemnización y, por lo tanto,
ajena a este incidente), entraña la aplicación
extraterritorial de la ley estadounidense. Aunque no es del
todo evidente la sucesión de circunstancias que llevó a la
expulsión de los
cubanos del hotel, es perfectamente plausible que el hotel
haya actuado de acuerdo a procedimientos previamente
establecidos por empresas de esa magnitud, lo que abona a la
noción de predictibilidad y, por lo tanto, del infinito
potencial de manipulación. Desde la perspectiva de una empresa
confrontada con el dilema de optar entre el cumplimiento de
una ley y la posibilidad de ser sancionada, Sheraton actuó a
sabiendas de que podría haber repercusiones. Todo esto no
quita ni disminuye lo obvio: que se trata de una legislación
de aplicación extraterritorial y, por lo tanto, intolerable
para países que no son superpotencias. Eso es precisamente lo
que la SRE no tuvo capacidad de comprender.
El embargo norteamericano a Cuba no sólo no tumbó a Fidel
Castro, sino que le ha garantizado décadas de férreo control
sobre su población. Independientemente de la postura que uno
guarde respecto a la vida del cubano promedio en la actualidad
y de la calidad de su gobierno, el hecho es que este embargo
ha logrado exactamente lo opuesto de lo que se proponía
alcanzar. Además, más allá de las preferencias de algunos o
todos los
mexicanos, la realidad es que el gobierno mexicano ha aceptado
el embargo sin protestar. Específicamente, en ningún momento
se ha obligado a empresa alguna, mexicana o extranjera
radicada en el país, a comerciar con la isla, lo que implica
una aceptación tácita del embargo.
Lo patético de todo este incidente es lo absurdo del actuar
de nuestros funcionarios y políticos. Aun sin conocimiento de
causa, la SRE decide que se trata de un asunto entre
particulares, mientras que los usual suspects asumen
la defensa de la isla sin reparo alguno. No pretendo criticar
a aquellos que tienen convicciones profundas en torno a la
Revolución cubana o respecto a cualquier otro tema. Lo
criticable es lo predecible de su comportamiento y, por lo
tanto, lo manipulable que resulta para quien pretenda sacar
raja de ello. Lo único evidente a todas luces es que se trató
de un guión perfectamente orquestado, probablemente por el
propio Fidel, quien ha aprendido a manejar y manipular la
política mexicana como si fuera terreno propio.
Ante la embestida de legisladores, partidos y opinión
pública, el gobierno se vio obligado a retractarse y, para
variar, a contradecirse. Dando una vuelta de ciento ochenta
grados, la SRE decidió que siempre no se trataba de un asunto
entre particulares, pero tampoco de una violación a la
soberanía, sino de todo lo contrario. Por su parte, la
Secretaría de Gobernación, siguiendo su propia consigna de
evitar el conflicto sin importarle el costo, anunció que se
trataba de una violación fundamental a nuestra legislación. Si
los funcionarios
del gobierno hubieran tenido un poco más de oficio, habrían
entendido que su reacción tenía que haber sido exactamente la
contraria: encabezar la protesta contra la arbitrariedad
cometida por el hotel para después administrar las
consecuencias. Como quedaron las cosas, el gobierno del DF
acabó dando un giro brutal (del fraude patriótico del PRI al
cierre patriótico del PRD) al recurrir a excesos autoritarios
como el de clausurar el hotel por irregularidades menores como
el que no cuente con menús en Braille. No vaya a ser que
los próximos
visitantes cubanos, además de despistados intencionales, sean
invidentes.