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A poco de consumada la conquista de México-Tenochtitlan,
el territorio adquirió un nombre geográfico:
la Nueva España, denominación que sería
luego aplicada políticamente al reino
o gobierno en el centro de nuestro país
y también al virreinato, con una jurisdicción
mayor que abarcó a otras.
En
esa época, que conocemos como la del Renacimiento
en Europa, dominaba el mercantilismo.
La búsqueda de metales preciosos y más
mercados había impulsado las primeras
expediciones españolas desde las Antillas,
luego dieron razón de ser al establecimiento
de peninsulares en islas y tierra firme.
La religión era un factor importante,
y la Corona justificaría su empresa con
la misión de convertir al catolicismo
a los indios o naturales.
La
presencia de la Corona fue continua; para
regularla, los reyes estipulaban con los
particulares condiciones específicas que
constituyeron reglas, las capitulaciones,
emitiendo normas o instrucciones de conducta
pata el jefe de la expedición, regulación
que además de la legislación general castellana
los ligaba jurídicamente, obligándoles
a proceder de acuerdo con el derecho estipulado
o dictado y a responder ante la justicia
real.
Tras el periodo de los descubrimientos
y de la Conquista, o simultáneamente a
ésta, las expediciones se orientaron a
poblar. La colonización se inició con
el establecimiento de villas o ciudades,
y a la par se constituyó un aparato de
sujeción y gobierno. En las capitulaciones
quedaron las primeras normas: al jefe
de la expedición correspondía fundar ciudades
en determinado tiempo y se le facultaba
para repartir tierras y solares. Al respecto
habría una legislación general hasta 1573.
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