Si el
destino ineludible de la historia es el de renovarse,
tomando incesantemente en préstamo los recursos de las
demás ciencias sociales, también lo es el de su permanente
diálogo entre pasado y presente. Cuestionamos y reñimos,
polemizamos con el ayer, a fin de encontrar respuestas
a nuestras dudas y, a la vez, conjeturar sobre el porvenir.
Los caminos que llevan a aquélla son, al mismo tiempo,
los medios a través de los cuales se realiza. La historia,
acción dialéctica entre pasado-presente y presente-pasado,
se caracteriza por un perpetuo remontarse, por un constante
re-intentar. Es la gran aventura entre el conocer y
el hacer, la teoría y la práctica.
Si,
en efecto, los pueblos sin historia son pueblos sin
futuro, el nuestro tiene buenos asideros y un mañana
certero. Una intensa y creativa herencia que nos define
y nos confiere identidad, que reconoce sus orígenes
y sus raíces (el mestizaje cultural y racial) e insiste
en confirmar sus particularidades y su singularidad
como nación. Así, los conceptos de pertenencia y de
nacionalismo delinean nuestra vida como país a lo largo
del siglo XIX, para consolidarse en la centuria que
está por concluir.
En nuestro
presente confluyen la herencia del mundo prehispánico;
la hibridez física y cultural surgida de la Conquista
y arraigada durante la Colonia; la esencia del México
pluri-étnico y multi-cultural de hoy; el vigor de los
hombres que definieron a la nación. El conmovedor empeño
de José María Morelos y Pavón, sintetizado en el primer
esfuerzo de constitución, que con tanta sabiduría y
con tanta razón definió como los Sentimientos de la
Nación, retomado a lo largo de todo el siglo decimonónico
por los republicanos y liberales, ávidos de una vida
independiente, de una equidad federalista, de los defensores
de nuestra soberanía, así como la generación de la Reforma,
encarnada en Juárez y los hombres que nos heredaron,
a partir de la Constitución de 1857, una serie de principios
rectores, a veces postergados o trastocados. El arranque
de la Revolución de 1910, la primera de nuestro siglo,
la de las demandas populares nos obligó a replantear
el país que queríamos, y daría lugar a leyes de inspiración
antigua, que contribuyeron como nunca antes a definir
a México y los mexicanos.
La práctica
histórica se muestra dispuesta a experimentar, está
abierta a nuevas dimensiones. Para ello no basta con
estudiar los archivos, hurgar fuentes, reprender, cuestionar
o dialogar con los muertos. Es preciso lanzarse a la
gran aventura creadora del oficio del historiador, redefinir
las tareas y los compromisos con la sociedad presente,
para ejercer una historia compartida y compartible;
una historia próxima, una historia de y para todos:
en fin, una " nueva " historia que busque
y reconozca nuevos espacios y nuevos escenarios.
Esta
historia pretende escaparse de los manuales, las síntesis
o los libros eruditos; busca abandonar las aulas, las
salas de conferencias o los recintos sacrosantos de
la academia; olvidarse de los héroes de piedra para
humanizar el paso histórico. Así, también pretende incorporar
la dimensión cotidiana e ir al encuentro de nuevos interlocutores,
de los protagonistas, hombres y mujeres de carne y hueso;
se busca, en consecuencia, una historia con la cual
identificarnos, de la cual somos parte, un desafío que
afrontar.
La construcción
de un discurso museográfico para integrar Los Sentimientos
de la Nación. Museo Legislativo, llevó a una serie de
interrogantes y de retos. Había que conciliar la perspectiva
histórica con la expresión plástica, buscar formas y
volúmenes que permitiesen una 1ógica en la cual el visitante
asumiera su función crítica de observador, así como
de constructor de la historia común para que, en última
instancia, se involucrara con la dinámica propia del
museo -su museo-, como experiencia de introspección
colectiva.
El museo
debía contextualizarse en el decurso histórico de México;
en el hecho de que somos parte de una sociedad que define
normas de proceder, reglas de convivencia pacífica.
Fueron primero los señalamientos religiosos, de preservación,
que luego se tornaron políticos. Nos organizamos en
formas varias, a fin de desarrollar sistemas políticos;
se marcaron pautas de conducta, de administración pública;
jueces, castigos, penitencias; asumimos nuestra vocación
democrática, para la cual hemos luchado incansablemente
en las últimas dos centurias.
La investigación
obligó a una mirada distinta de la historia mexicana
desde sus orígenes, a la necesidad de conjugar los diferentes
prismas del devenir nacional. Se entrelazaron entonces
los aspectos sociales, con los económicos y los políticos.
Nos pronunciamos asimismo por una visión integral de
nuestra historia como parte de la universal.
Definimos
temas y categorías, y así estructuramos el espacio en
cuatro áreas de exhibición: a partir de una historia
y un fondo conceptual diferentes en su esencia a la
historia, y a la legislación del Viejo Mundo, nos ubicamos
como punto de partida en nuestras raíces, en la herencia
de la etapa pre-hispánica; abordamos después los principios
coloniales del derecho indiano y del derecho indígena.
Llegamos así al siglo XIX, el de la construcción del
Estado nacional moderno. Finalmente, como parte sustantiva,
la que corresponde a nuestro siglo, porque es el presente
el que da clara prueba de nuestra vocación democrática,
de los esfuerzos que una República, federal y representativa,
hace a partir de su Poder Legislativo, para escuchar
los sentimientos de la nación y traducirlos en leyes
que aseguren el buen gobierno y el propósito inalterable
de justicia social.
El desarrollo
tecnológico ha traído consigo múltiples innovaciones
en los medios de comunicación, que tratamos de aprovechar
para crear un entorno acorde con la realidad contemporánea.
Nos propusimos un museo vivo, un espacio de interacción,
no de mera observación pasiva, un espacio que se entienda
como una auténtica opción de análisis colectivo.
El visitante,
como actor social del presente, tendrá a su alcance
las imágenes y las voces de los legisladores de todos
los tiempos; podrá identificar y escuchar las varias
formas de pensar y actuar de los mexicanos. Estará participando
activamente del conocimiento histórico y de su vinculación
con la vida parlamentaria. Podrá observar, juzgar y
evaluar el ejercicio legislativo cotidiano y, finalmente,
encontrará en un acervo de informática todo aquello
que desee saber sobre los protagonistas, las constituciones
y las leyes, los tiempos y el que hacer de nuestras
múltiples legislaturas.
Las
nuevas generaciones tendrán a su alcance, a partir de
diferentes acciones didácticas colectivas, la posibilidad
de experimentar el desempeño de los legisladores y de
expresar sus inquietudes y sus dudas.
Reconocemos
el irrestricto respeto de los diputados a la LV Legislatura
hacia nuestra reflexión e interpretación histórica.
Dejamos constancia de su actitud democrática, de una
visión plural, ajena a partidismos o posiciones definidas
por intereses temporales. Así también, del entusiasmo,
paciencia, apoyo y colaboración de los especialistas
que leyeron incansablemente las diferentes versiones
de la investigación que decantó en el guión museográfico.
Por último, asumimos la responsabilidad del análisis
e interpretación finales.
Crear
y poner en marcha un museo conlleva riesgos y compromisos
. Cuando éste abre sus puertas al público, cuando nace,
los historiadores nos desprendemos dolorosamente de
él. Serán los visitantes los verdaderos dueños de este
espacio y le darán sentido y orientación. Serán ellos
los que determinen y sentencien su uso y su vigencia.
Si,
en efecto, la historia imparcial y objetiva forma parte
de una utopía clásica, habrá que concluir entonces que
no hay historia ni historiadores inocentes. Nos reconocemos
culpables de haber emprendido con vehemencia la tarea
del Museo Legislativo, de pretender expresar en Los
Sentimientos de la Nación, en sus espacios múltiples
y diversos, la voluntad colectiva.
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