Hablar del
sacrificio del General Emiliano Zapata obliga, necesariamente, a una
revisión de nuestra historia, pues efectivamente en ella se enraiza la
gesta del caudillo y de los heroicos campesinos de Morelos, que es, por lo
demás, la lucha de todos los pueblos indígenas de México. Por cuestión de tiempo no expondré ante Ustedes los
pormenores de esos fenómenos. No es posible formular un relato de
cuatrocientos años de brutal explotación y expoliación de las
comunidades indígenas en diez minutos. Solamente diré con Enrique Semo,
que la imagen de una comunidad inerte sometida sin resistencia a
la expansión de la propiedad y la explotación española, no corresponde
a la realidad.
La creación
de la gran propiedad a costa de los pueblos indios, se convierte en una
realidad y ya para 1880 se dio en toda su magnitud lo que denominó
Winstano Luis Orozco, EL GRAN DESPOJO, última etapa de las encomiendas,
los mayorazgos, la propiedad eclesiástica, las apropiaciones de las compañías
deslindadoras y la creación de la hacienda porfirista.
En este
conexto ominoso, compañeros diputados, nace Emiliano Zapata.
Corrió la
leyenda de que el niño Emiliano le ofreció a su padre luchar por la
justicia a favor de su pueblo, en su permanente pugna contra las haciendas
vecinas. Cierta o no la anécdota, la verdad fue que pronto se convirtió
en un destacado personaje de Anenecuilco.
Por eso en
1909, cuando los hombres tuvieron qué elegir un líder surgió, su nombre
como el más indicado, por su prestigio, su valor y su coraje para
representarlos en sus litigios interminables ante las autoridades, y a él
le depositaron los documentos probatorios de sus ancestrales derechos a la
tierra. Zapata los recibió solemnemente y juró defenderlos a costa de su
vida misma.
Con ello se
repetía la historia de cientos de comunidades enredadas en la maraña de
los tribunales, entre trámites en que la justicia les era crónicamente
negada.
En 1910,
estalla la Revolución Mexicana y los campesinos de Morelos se lanzan de
inmediato a ella, con un propósito bien definido: la reivindicación de
su derecho a la tierra, de su libertad y de la existencia de sus
comunidades. No hay en ellos intereses políticos mezquinos.
Después de
la caída de Porfirio Díaz, los revolucionarios del sur precisan sus propósitos
y lanzan el 28 de noviembre de 1911 el Plan de Ayala.
El Plan subvierte el estado de
derecho hacendario que hasta ese momento había predominado; en lo
sucesivo serían los terratenientes los que tendrían que acudir a los
tribunales a discernir sus derechos, pues los pueblos despojados entrarían
en posesión "desde luego" de sus tierras, sin necesidad de trámites,
quedando autorizados a defenderlas con las armas.
En el desarrollo de un concepto y
una práctica revolucionaria, se decreta la nacionalización de los bienes
de los enemigos de la revolución, es decir, de todos los terratenientes
del país.
En Morelos
se instauró un verdadero sistema de propiedad y de gobierno
revolucionario, que ha llevado a algunos autores a recordar la Comuna de
París. Cuestionada la afirmación, se explica en quienes la formulan,
pues allá, como en Morelos, los campesinos “tomaron los cielos por
asalto”, como lo expresara Carlos Marx.
Enfrentado
el zapatismo, una y otra vez a sus contrarios, resistió la presencia de
los peores elementos de los ejércitos enemigos: torvos chacales se
destacaron contra los campesinos.
Juvencio
Robles, Victoriano Huerta, y finalmente los soldados del general más
inepto y derechista de la revolución, Pablo González.
Distinto es
el caso de Felipe Angeles, ejemplo de caballerosidad castrense, a quien
Genovevo de la O le refirió que en una ocasión lo pudieron haber matado,
pues en las montañas lo tenían a su merced, pero que se abstuvieron,
pues era el único que les había hecho la guerra como un ser humano.
Ni las
estrategias de arrasamiento, ni el bandidaje, ni el genocidio, pudieron
vencer a los soldados campesinos del sur. Por eso urdieron la traición.
La oportunidad se presentó con el general Jesús Guajardo, maniático de
la infidencia, quien el 10 de abril de 1919 la consumó.
En la
hacienda de Chinameca, Zapata fue invitado a comer. Montando el alazán
que Guajardo le había regalado, se apostó frente al casco de la hacienda
y como a las dos de la tarde ordenó que diez hombres le acompañaran
hasta la puerta:
“Lo
seguimos diez, tal como él lo ordenara —refirió un joven soldado a
Gildardo Magaña, el día del suceso esa misma noche—, quedando el resto
de la gente, muy confiada, sombreándose debajo de los árboles y con las
carabinas enfundadas. La guardia formada, parecía preparada a hacerle los
honores. El clarín tocó tres veces llamada de honor, al apagarse la última
nota, al llegar el General en Jefe al dintel de la puerta...., a
quemarropa, sin dar tiempo para empuñar ni las pistolas, los soldados,
que presentaban armas, descargaron dos veces sus fusiles y nuestro
inolvidable General Zapata cayó para no levantarse más”.
Orgulloso
de su felonía, Pablo González ordenó que exhibieran el cadáver de
Emiliano.
González
calculó que con la muerte del caudillo desaparecía la legitimidad y la
vigencia de su causa y que los campesinos habrían de abandonar el
recuerdo de su líder.
Se equivocó
absolutamente. A partir de ese momento surgió la leyenda, con el poder
que le transmitía la grandeza del símbolo.
La euforia
de los asesinos no era tampoco compartida por los revolucionarios más
sinceros y limpios como Francisco J. Múgica, Jesús Romero Flores y
Salvador Alvarado. Múgica, consternado, manifestó que el diez de abril
había sido uno de los más negros de nuestra historia.
La ideología
zapatista y los postulados del Plan de Ayala, se elevaron a principios
vivos de la revolución, y fueron factores determinantes en la creación
de las instituciones agrarias surgidas de los debates del Congreso
Constituyente de 1917.
Posteriormente,
cuando la Revolución alcanzó su punto axial en el gobierno del general Lázaro
Cárdenas, el zapatismo, a través de Gildardo Magaña, michoacano como él
y heredero de Emiliano Zapata, a través de Múgica y de Romero Flores,
inspiró la entrega de más de 20 millones de hectáreas a los campesinos
de México, en la etapa más brillante del movimiento de 1910.
Con su
personalidad de genuino héroe popular, Zapata ha inspirado también al
movimiento estudiantil; su efigie ha aparecido en los espacios de los
centros de educación, y su nombre lo llevan orgullosamente sus aulas.
En cuanto a
los movimientos reivindicadores de campesinos e indígenas, han
proliferado las organizaciones que ostentan su nombre: Organizaciones
campesinas Emiliano Zapata, Brigadas zapatistas, Coordinadora Plan de
Ayala, Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Entre los
campesinos se ha tenido prodigiosamente presente su recuerdo y más en el
Estado de Morelos. Carlos Fuentes relata que recorriendo en la década de
los sesenta esa entidad, preguntó a un campesino el nombre de una
localidad y le contestó: "Garduño, en tiempo de paz; Zapata, en
tiempo de guerra”.
Ahora bien,
no procede evocar la muerte de Zapata sin vincular su lucha con el
presente; porque, en esencia, no venimos a hacer la apología de un
muerto, cuando es más necesario continuar su lucha.
La
presencia del caudillo campesino, nos es útil en estos tiempos de magra
ideología, para dar sentido a nuestras acciones.
Hoy, en
este hoy de frustraciones, en que el gobierno de la República, queriendo
revivir las viejas glorias de la hacienda, impone una política
agropecuaria cimarronamente capitalista, se somete a los productores
nacionales en beneficio de extranjeros, como es el caso de los gravámenes
a las bebidas elaboradas con fructosa, lo que ha obligado a esta
representación popular a promover una controversia constitucional ante la
Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Ante esa
política contraria a los intereses nacionales, las fuerzas identificadas
con las causas campesinas, debemos de enarbolar a Emiliano Zapata, y con
sus luminosas enseñanzas aprestarnos a detener cuanto antes, en la arena
democrática, a las falanges
foxistas.
De la misma
manera, debemos de enfrentar la vía foxista-castañedista, que quiere
convertir a un país libre y democrático como México, en un Estado
asociado más de la Unión Americana.
En este
aspecto, también es válido y actual lo postulado en el Plan de Ayala,
pues en él se contienen principios antiimperialistas, en la medida en que
se impugna a los terratenientes, que eran, en su mayor parte, empresarios
extranjeros, siendo sólo nuestros, y eso es mucho decir, los que pertenecían
a la aristocracia pulquera.
COMPAÑERAS Y COMPAÑEROS DIPUTADOS:
En este día
tan emblemático para las causas de la tierra y de la libertad, nos
manifestamos a favor de revisar la legislación indígena, estableciendo
todo aquello que pueda garantizar cabalmente los derechos de las
comunidades indígenas, dentro de un diálogo que conduzca y consolide la
paz de la república.
Así, este
homenaje tendrá un sentido real, verdadero, congruente con la historia
patria que, como hemos visto, es la historia de los pueblos indios por su
supervivencia y por la vigencia plena de sus derechos.
México
sufre los estragos de la política gubernamental empobrecedora, que con
pretextos de no otorgar subsidios, encarece la vida de los mexicanos y nos
pone en riesgo de conflictos sociales de resultados imprevisibles e
impredecibles.
Es por ello
que nos debemos preparar para evitar esos funestos resultados.
Una de las
soluciones, que sería una solución zapatista, es obligar al gobierno de
los misteres, a modificar sus políticas y conjurar el peligro de que en día
no muy lejano, a la pregunta de cómo se llama esta nación, se tenga que
contestar:
"México,
en tiempo de paz; Zapata, en tiempo de guerra”.
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