M i s i ó n
P e r s o n a l
BASTARÍA, para demostrarlo
con un ejemplo, que nos asomásemos un instante al interior de la palabra
"misión". Misión significa, por lo pronto, lo que un hombre
tiene que hacer en su vida. Por lo visto, la misión es algo exclusivo
del hombre. Sin hombre no hay misión. Pero esa necesidad a que la expresión
"tener que hacer" alude es una condición muy extraña y no
se parece nada a la forzosidad con que la piedra gravita hacia el centro
de la tierra. La piedra no puede dejar de gravitar, mas el hombre puede
muy bien no hacer eso que tiene que hacer. ¿No es esto curioso? Aquí
la necesidad es lo más opuesto a una forzosidad, es una invitación.
¿Cabe nada más galante? El hombre se siente invitado a prestar su anuencia
a lo necesario. Una piedra que fuese medio inteligente, al observar
esto, acaso se dijera: "¡Qué suerte ser hombre! Yo no tengo más
remedio que cumplir inexorablemente mi ley: tengo que caer, caer siempre...
En cambio, lo que el hombre tiene que hacer, lo que el hombre tiene
que ser no le es impuesto, sino que le es propuesto". Pero esa
piedra imaginaria pensaría así porque es sólo medio inteligente. Si
lo fuese del todo advertiría que ese privilegio del hombre es tremebundo.
Pues implica que en cada instante de su vida el hombre se encuentra
ante diversas posibilidades de hacer, de ser, y que es él mismo quien
bajo su exclusiva responsabilidad tiene que resolverse por una de ellas.
Y que para resolverse a hacer esto y no aquello tiene, quiera o no,
que justificar ante sus propios ojos la elección, es decir, tiene que
descubrir cuál de sus acciones posibles en aquel instante es la que
da más realidad a su vida, la que posee más sentido, la más suya. Si
no elige esa sabe que se ha engañado a sí mismo, que ha falsificado
su propia realidad, que ha aniquilado un instante de su tiempo vital,
el cual, como antes dije, tiene contados sus instantes. No hay en esto
que digo misticismo alguno; es evidente que el hombre no puede dar un
solo paso sin justificarlo ante su propio íntimo tribunal. Cuando dentro
de una hora nos encontremos a la puerta de este edificio tendremos,
queramos o no, que decidir hacia dónde moveremos el pie, y para decidirlo
veremos surgir ante nosotros la imagen de lo que tenemos que hacer esta
tarde, que, a su vez, depende de lo que tenemos que hacer mañana, y
todo ello, en definitiva, de la figura general de vida que nos parece
ser la más nuestra, la que tenemos que vivir para ser el que más auténticamente
somos. De suerte que cada acción nuestra nos exige que la hagamos brotar
de la anticipación total de nuestro destino y derivarla de un programa
general para nuestra existencia. Y esto vale lo mismo para el hombre
honrado y heroico que para el perverso o ruin; también el perverso se
ve obligado a justificar ante sí mismo sus actos buscándoles sentido
y papel en un programa de vida. De otro modo quedaría inmóvil, paralítico
como el asno de Buridán.
Entre los pocos papeles
que, a su muerte, dejó Descartes, hay uno, escrito hacia los veinte
años, que dice: Quod vitae sectabor iter? "¿Qué camino de vida
elegiré?" Es una cita de cierto verso en que Ausonio, a su vez,
traduce una vetusta poesía pitagórica bajo el título De ambiguitate
eligendae vitae. "De la perplejidad en la elección de la vida".
Hay en el hombre, por lo
visto, la ineludible impresión de que su vida, por tanto, su ser es
algo que tiene que ser elegido. La cosa es estupefaciente porque, eso
quiere decir que, a diferencia de todos los demás entes del universo,
los cuales tienen que un ser que les es dado ya prefijado, y por eso
existen, a saber, porque son ya desde luego que lo son, el hombre es
la única y casi inconcebible realidad que existe sin tener un ser irremediablemente
prefijado, que no es desde luego y ya lo que es, sino que necesita elegirse
su propio ser. ¿Cómo lo elegirá? Sin duda, porque se representará en
su fantasía muchos tipos de vida posibles y al tenerlos delante notará
que alguno de ellos le atrae más, tira de él, le reclama o le llama.
Esta llamada que hacia un tipo de vida sentimos, esta voz o grito imperativo
que asciende de nuestro más radical fondo es la vocación.
En ella le es al hombre,
no impuesto, pero sí propuesto lo que tiene que hacer. Y la vida adquiere,
por ello, el carácter de la realización de un imperativo. En nuestra
mano está querer realizarlo o no, ser fieles o ser infieles a nuestra
vocación. Pero ésta, es decir, lo que verdaderamente tenemos que hacer,
no está en nuestra mano. Nos viene inexorablemente propuesto. He aquí
por qué toda vida humana tiene misión. Misión es esto: la conciencia
que cada hombre tiene de su más auténtico ser que está llamado a realizar.
La idea de misión es, pues, un ingrediente constitutivo de la condición
humana, y como antes decía, sin hombre no hay misión, podemos ahora
añadir: sin misión no hay hombre.
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