E l L i b r
o c o m o C o n f l i c t o
LOS más graves atributos
negativos que comenzamos hoy a percibir en el libro son éstos:
1° Hay ya demasiados libros.
Aun reduciendo sobremanera el número de temas a que cada hombre dedica
su atención, la cantidad de libros que necesita injerir es tan enorme
que rebasa los límites de su tiempo y de su capacidad de asimilación.
La mera orientación en la bibliografía de un asunto representa hoy para
cada autor un esfuerzo considerable que gasta en pura pérdida. Pero
una vez hecho este esfuerzo se encuentra con que no puede leer todo
lo que debería leer. Esto le lleva a leer de prisa, a leer mal y, además,
le deja con una impresión de impotencia y fracaso, a la postre de escepticismo
hacia su propia obra.
Si cada nueva generación
va a seguir acumulando papel impreso en la proporción de las últimas,
el problema que plantee el exceso de libros será pavoroso. La cultura
que había libertado al hombre de la selva primigenia le arroja de nuevo
en una selva de libros no menos inextricable y ahogadora.
Y es vano querer resolver
el conflicto suponiendo que esa necesidad de leer los libros acumulados
por el pretérito no existe, que se trata de uno entre los muchos tópicos
inanes de la beatería ante la "cultura", vigente todavía en
las almas hace unos pocos años. La verdad es lo contrario. Bajo la superficie
de nuestro tiempo está germinado, sin que los individuos lo aperciban
aún, un nuevo y radical imperativo de la inteligencia: el imperativo
de la conciencia histórica. Pronto va a brotar con enérgica evidencia
la convicción de que si el hombre quiere de verdad poner en claro su
ser y su destino, es preciso que logre adquirir la conciencia histórica
de sí mismo, esto es, que se ponga en serio a hacer historia como hacia
1600 se puso en serio a hacer física. Y esa historia será no la utopía
de ciencia que hasta ahora ha sido, sino un conocimiento efectivo. Y
para que lo sea, hacen falta muchos ingredientes exquisitos; por lo
pronto, uno, el más obvio: la precisión. Este atributo de la precisión,
en apariencia formal y extrínseco, es el primero que aparece en una
ciencia cuando le llega la hora de su auténtica constitución. La historia
que se hará mañana no hablará tan galanamente de épocas y de centurias,
sino que articulará el pasado en muy breves etapas de carácter orgánico,
en generaciones, e intentará definir con todo rigor la estructura de
la vida humana en cada una de ellas. Y para hacer esto no se contentará
con destacar estas o las otras obras que arbitrariamente se califican
de "representativas", sino que necesitará real y efectivamente
leerse todos los libros de un tiempo y filiarlos cuidadosamente, llegando
a establecer lo que yo llamaría una "estadística de las ideas",
a fin de precisar con todo rigor el instante cronológico en que una
idea brota, el proceso de su expansión, el período exacto que dura como
vigencia colectiva y luego la hora de su declinación, de su anquilosamiento
en mero tópico, en fin, su ocaso tras el horizonte del tiempo histórico.
No podrá darse cima a toda
esta enorme tarea si el bibliotecario no procura reducir su dificultad
en la medida que a él le corresponde, exonerando de esfuerzos inútiles
a los hombres cuya triste misión es y tiene que ser leer muchos libros,
los más posibles; al naturalista, al médico, al filológo, al historiador.
Es preciso que deje, por completo de ser cuestión para un autor reunir
la bibliografía sobre su asunto previamente razonada y cribada. Que
esto no acontezca ya parece incompatible con la altura de los tiempos.
La economía del esfuerzo mental lo exige con urgencia. Hay, pues, que
crear una nueva técnica bibliográfica de un automatismo rigoroso. En
ella conquistará su última potencia lo que vuestro oficio inició siglos
hace bajo la figura de catalogación.
2° Mas no sólo hay ya demasiados
libros, sino que constantemente se producen en abundancia torrencial.
Muchos de ellos son inútiles o estúpidos, constituyendo su presencia
y conservación un lastre más para la humanidad, que va de sobra encorvada
bajo sus otras cargas. Pero a la vez acaece que en toda disciplina se
echan de menos con frecuencia ciertos libros cuyo defecto traba la marcha
de la investigación. Esto último es mucho más grave de lo que su vaga
enunciación hace suponer. Es incalculable cuántas soluciones importantes
sobre las cuestiones más diversas no llegan a la madurez por tropezar
con vacíos en investigaciones previas. La sobra y el defecto de libros
proceden de lo mismo: que la producción se efectúa sin régimen, abandonada
casi totalmente a su espontáneo azar.
¿Es demasiado utópico imaginar
que en un futuro nada lejano será vuestra profesión encargada por la
sociedad de regular la producción del libro, a fin de evitar que se
publiquen los innecesarios y que, en cambio, no falten los que el sistema
de problemas vivos en cada época reclaman? Todas las faenas humanas
comienzan por un ejercicio espontáneo y sin reglamento; pero todas,
cuando por su propia plenitud se complican y atropellan, entran en un
período de sometimiento a la organización. Me parece que ha llegado
la hora de organizar colectivamente la producción del libro. Es para
el libro mismo, como modo humano, cuestión de vida o muerte.
No se venga con la tontería
de que tal organización sería atentatoria a la libertad. La libertad
no ha aparecido en el planeta para desnucar al sentido común. Porque
se le ha querido emplear en esta empresa, porque se ha pretendido hacer
de ella el gran instrumento de la insensatez, la libertad está pasando
en el planeta un mal cuarto de hora. La organización colectiva de la
producción libresca no tiene nada que ver con el tema de la libertad
como no tiene que ver con él la necesidad que se ha impuesto de reglamentar
la circulación en las grandes urbes. Sin contar que esa organización
-dificultar la emisión de libros inútiles o necios y fomentar la de
determinadas obras cuya ausencia es perjudicial- no había de tener carácter
autoritario, como no lo tiene la organización interior de los trabajos
en una buena Academia de Ciencias.
3° Por otra parte, tendrá
el bibliotecario del porvenir que dirigir al lector no especializado
por la selva selvaggia de los libros y ser el médico, el higienista
de sus lecturas. También en este punto nos encontramos en una situación
con signo inverso a la de 1800. Hoy se lee demasiado: la comodidad de
poder recibir con poco o ningún esfuerzo innumerables ideas almacenadas
en los libros y periódicos va acostumbrando al hombre, ha acostumbrado
ya al hombre medio, a no pensar por su cuenta y a no repensar lo que
lee, única manera de hacerlo verdaderamente suyo. Este es el carácter
más grave, más radicalmente negativo del libro. Por ello merece la pena
de que le dediquemos, como voy a hacerlo en seguida, nuestra última
consideración. Buena parte de los terribles problemas públicos que hay
hoy planteados proceden de que las cabezas medias están atestadas de
ideas inercialmente recibidas, entendidas a medias, desvirtualizadas
-atestadas, pues, de pseudo-ideas. En esta dimensión de su oficio, imagino
al futuro bibliotecario como un filtro que se interpone entre el torrente
de los libros y el hombre.
En suma, señores, que a
mi juicio la misión del bibliotecario habrá de ser no como hasta aquí,
la simple administración de la cosa libro, sino el ajuste, la mise au
point de la función vital que es el libro.
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